Entre subir o bajar

La grosería de un individuo ha servido para ponernos a prueba una vez más como sociedad. Algún desarreglo sicológico habrá de tener este hombre que lo indujo a una conducta obscena en el Metropolitano limeño. Y la agraviada ha sido una actriz que, por su carácter y por ser quien es, armó el revuelo necesario y con ello puso el problema sobre el tapete.

Estas groserías datan de mucho tiempo y lo sabe todo el mundo. Lo triste es que semejantes perversiones se fueron tomando como normales, como que así nomás somos, como arrojar cáscaras al suelo o cruzar la calle por cualquier sitio. Mucho antes que el Metropolitano, en cualquier ómnibus o micro, las chicas debían ser advertidas de lo que podía pasarles, al punto de llevar consigo algún objeto punzante para defenderse.

Tuvo que pasarle a Magaly Solier para que se enciendan las luces de alarma. Pero lo desagradable se busca combatir con lo impertinente. En vez de asumir este suceso como una oportunidad y un desafío, como un peldaño que debemos ascender, surgen propuestas que –me parece- nos sugieren retroceder. Ni mencionar aquello de llevar tijeras y hasta cuchillos, por supuesto.

En tiempos en que se practica la coeducación –que merece evaluarse-, cuando se busca la igualdad de género y la superación del machismo, separar turnos para hombres y mujeres es casi medieval. Ni siquiera horarios exclusivos para escolares, a quienes como sociedad debemos aprender a proteger. Hagamos campañas, pongamos afiches, usemos los avisos grabados, destinemos voluntariados, cedamos los asientos, y mil cosas más. Pero no propongamos lo más fácil: echar la basura bajo la alfombra o bajar unos peldaños.