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Lunes 14 de julio 2014

Thomas Piketty: “Hay que apostar por la democracia hasta el final”

El mundialmente reconocido economista francés ha sido laureado con el Premio Pétrarque del Ensayo France Culture-Le Monde 2014 por su libro “El Capital en el Siglo XXI”. Dicta esta noche en la ciudad de Montpellier la “Lección de apertura” de la serie de conferencias que se ofrece a propósito del encuentro que el otorgamiento del premio suscita. Generaccion.com reproduce el texto integral que Thomas Piketty concedió este sábado 12 de julio.
Thomas Piketty: “Hay que apostar por la democracia hasta el final”
Foto: www.theguardian.com

El cientifico social Thomas Piketty

El mundialmente reconocido economista francés ha sido laureado con el Premio Pétrarque del Ensayo France Culture-Le Monde 2014 por su libro “El Capital en el Siglo XXI”. Dicta esta noche en la ciudad de Montpellier la “Lección de apertura” de la serie de conferencias que se ofrece a propósito del encuentro que el otorgamiento del premio suscita.

Thomas Piketty, en la entrevista que concedió al diario francés Le Monde el pasado 12 de julio, recuerda que mañana 15 de julio se cumple 100 años de la creación, en Francia, del primer impuesto progresivo al ingreso. “Se dice que Francia es pionera en la igualdad, pero en realidad es uno de los últimos países en haber creado este impuesto”, señala Piketty, quien se considera “más como un investigador en ciencias sociales que un economista”.

El investigador galo añade que para que el progreso sea necesario hay que “repensar las instituciones de la política pública en toda una serie de campos (fiscalidad, transparencia, educación,...)”. Agregando que “la reflexión sobre las formas concretas de democratización de la economía y la política, sobre la forma en la que la democracia puede retomar el control del capitalismo, esta reflexión se encuentra en sus inicios”.

Piketty señala estar convencido que los “instrumentos analíticos y conceptuales elaborados para analizar la desigualdad pueden tener una repercusión política”, y dice asimismo desafiante que “no se escribe un libro para la gente que nos gobierna: de cualquier forma, ellos no leen los libros”, y que se “escriben los libros para todas las personas que leen, comenzando por los ciudadanos, los actores sindicales, los militantes políticos de todas las tendencias”.

El científico social también establece que es posible ir más allá de los determinantes de la desigualdad propios a cada sociedad a fin de “aprender más de los otros”. Y dirigiéndose a los jóvenes indica esperanzado que “es posible desarrollar una visión optimista y razonada del progreso. Para eso es necesario apostar por la democracia hasta el final”.  Y cruzando fronteras

He aquí el texto integral de la entrevista:

 

La democracia hasta el final

Economista e investigador en Ciencias Sociales, Thomas Piketty ha sido laureado con el Premio Pétrarque del Ensayo France Culture-Le Monde 2014 por su libro “El Capital en el Siglo XXI”. Este premio es el reconocimiento a un ensayo que propone esclarecimientos en torno a los desafíos que tienen ante sí las democracias contemporáneas. Thomas Piketty dictará este lunes 14 de julio, en la ciudad de Montpellier, la “Lección de Apertura” de los Encuentros de Pretarca organizados por France Culture y el periódico Le Monde, en el marco del Festival de Radio France. El tema: “¿Bellas mañanas? Juntos, repensemos el progreso”. He aquí la entrevista.

En su libro, usted cita a Condorcet y su “Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano” (1794), una obra emblemática de un cierto optimismo del Siglo de las Luces que sigue estructurando en gran parte nuestro imaginario político. Pues bien, la discordancia que usted señala en el Siglo XX entre, por un lado, el progreso realizado a nivel democrático y, por el otro, el incremento de las desigualdades sociales, trae por los suelos esta vieja concepción del progreso...

Yo estoy muy influenciado por el debate francés sobre la igualdad. Una parte de las élites de la III República, hacia 1900-1910, afirma que, constituyendo un hecho consumado la Revolución, no se necesitaba en Francia un impuesto progresivo sobre el ingreso y las sucesiones; las sociedades aristocráticas, la británica en particular, necesitaban esto, pero no era este el caso de Francia, pues en esta había llevado a cabo la igualdad jurídica... Sin embargo, la esperanza depositada en el hecho de que una igualdad de carácter formal sería suficiente para producir una sociedad más justa fue en parte un engaño. Y fue únicamente con el propósito de financiar la guerra, con la Ley del 15 de julio de 1914, que se creó el impuesto progresivo.

Se dice que Francia es pionera en la igualdad, pero en realidad es uno de los últimos países en haber creado este impuesto. Esto es justamente a causa de cierta fe en el progreso espontaneo, natural. En esas condiciones, la palabra republicano legitima por si misma las desigualdades más extremas, el hecho de invertir por ejemplo tres veces más recursos públicos en opciones elitistas que en la universidad.

La conclusión a la que he llegado es que no es que el progreso sea imposible, pero que es necesario para ello repensar las instituciones de la política pública en toda una serie de campos (fiscalidad, transparencia, educación,...). Para que la República sea social, una verdadera democratización de la economía y el acceso al saber se impone. Es necesario más que la Revolución Francesa y la igualdad formal a fin de que el progreso se lleve a cabo.

Durante mucho tiempo, la izquierda ha alimentado la esperanza de un progreso de tipo lineal, uno que seguía una “marcha” triunfal hacia la justicia. Los desastres del Siglo XX la han obligado a considerar el progreso como algo cuya evolución es menos lineal, y los que luchan por la emancipación social se han puesto a hacer una historia en el sentido contrario al que se esperaba, tal como señala el filósofo Walter Benjamin. ¿No se inscribe su ensayo en este mismo tipo de cuestionamiento?

Yo me considero más como un investigador en ciencias sociales que un economista. En tanto que tal, yo porto conmigo cierto optimismo, creo en una deliberación democrática que permita completar, en forma bastante radical algunas veces, a lo que aporta el Estado de derecho. Deposito esta esperanza en mi actividad, pero al mismo tiempo he tenido la oportunidad de observar que en el Siglo XX las instituciones progresistas no han sido el resultado de algo similar a un gran río cuyas aguas fluían tranquilamente.

Así, son las dos guerras mundiales y la amenaza de la revolución bolchevique que forzaron a las élites, en particular en Francia, a cambiar de punto de vista. El Bloque Nacional, una de las cámaras más a la derecha que hayan podido existir en Francia, aprobó en el año 1920 el impuesto del 60 por ciento al ingreso, algo que ella había rechazado hacia algunos años a un nivel tan solo del 2 por ciento: ¡este último porcentaje era considerado como expoliador! En consecuencia, efectivamente, la realidad que imponen las relaciones de fuerzas hace que la historia esté hecha de astucias orientadas a alcanzar fines determinados. Sin embargo,  poner en perspectiva estos cambios de situación del pasado permite comprender lo que sigue en una forma más informada. En particular, yo trato de ponerme al frente de una nacionalización excesiva del debate: muchas identidades nacionales se definen en torno a historias que conciernen al dinero, el ingreso, el patrimonio... y muchos de los chocs históricos que se observan son respuestas a las formas en la que los países se perciben a sí mismos, cuentan sus historias en relación a los otros.

Yo pienso que es posible superar esos mecanismos nacionales para aprender más de los otros.

Precisamente, usted evoca con frecuencia su propia experiencia y sus investigaciones en los Estados Unidos. La lucha contra las desigualdades y, más ampliamente, la esperanza del progreso no es abordado como se hace al otro lado del Atlántico. ¿Cómo describiría usted esta diferencia a nivel de punto de vista?

Se ha olvidado desde los años Reagan, pero durante mucho tiempo los Estados Unidos eran más igualitarios que la vieja Europa. Hasta el periodo entre las dos guerras mundiales, la concentración del capital era menor. Y es porque los norteamericanos tenían temor de acercarse a los niveles de desigualdad europea que inventan el impuesto progresivo al ingreso y a las sucesiones. De 1930 a 1980, la tasa superior del impuesto federal sobre el ingreso es de 80 por ciento, a esto hay que añadir los impuestos que gravan los Estados. Estos niveles de imposición se implementan durante medio siglo, visiblemente sin traer a menos al capitalismo norteamericano... Y si hay un cambio de orientación durante los años Reagan es a causa del miedo de ser alcanzados por países que habían sido arruinados por La Segunda Guerra Mundial, como Alemania y Japón. Reagan utiliza este miedo para plantear el retorno al capitalismo desenfrenado. En lo que respecta a la idea norteamericana del progreso, esta es el fruto de una historia propia, con la particularidad de un país en crecimiento perpetuo, cuya población no cesa de aumentar.

Ellos eran 3 millones en el momento de la declaración de la Independencia, hoy son más de 300 millones: en comparación, los franceses eran casi 30 millones cuando se produjo la Revolución Francesa, ahora somos 66 millones. En Francia, por lo tanto, los patrimonios heredados son forzosamente más importantes que en un país que no tiene historia, en el que la población se ha multiplicado no por dos, sino por cien durante el mismo periodo. En los Estados unidos el sentimiento de progreso se alimenta en consecuencia de esta realidad: la extensión indefinida, que conduce a una cierta tolerancia a las desigualdades, cosa algunas veces difícil de comprender en Francia, pero que se explica por el hecho de que una parte importante del 50 por ciento de los que se encuentran en la parte más baja de la escala de repartición de los ingresos no han nacido en los Estados Unidos. Sin embargo, ese mecanismo tiene sus límites y suscita sus propias tensiones.

Usted afirma que la fatalidad no existe. Que la democracia social puede construirse creando una relación de fuerza política. No obstante, algunos investigadores o militantes le reprochan no proponer una articulación entre sus ideas y las movilizaciones sociales que podrían enarbolarlas.

Yo trato de introducir coherencia entre una investigación de expertocon un compromiso público. Para ello es necesario asumir riesgos, comprometerse con posibles conclusiones. Desde este punto de vista, creo en el poder de las ideas, en el poder de los libros. Todas las expresiones de opinión y saber son elementos de movilización social, económica y política. Para mí, la relación de fuerzas es también política e intelectual.

Las representaciones que se hacen tienen una influencia sobre las cosas. Yo trato de escribir esta historia política de la desigualdad en el Siglo XX. Mi trabajo consiste en poner un libro a disposición de quien lo desee. No digo quizás lo suficiente como nuevas formas de movilización pueden hacer uso del contenido del libro, pero deseo que cada quien lo utilice. Estoy convencido que instrumentos analíticos y conceptuales elaborados para analizar la desigualdad pueden tener una repercusión política. No se escribe un libro para la gente que nos gobierna: de cualquier forma, ellos no leen los libros. Se escriben los libros para todas las personas que leen, comenzando por los ciudadanos, los actores sindicales, los militantes políticos de todas las tendencias.

Su libro no repara en las fronteras. Entre la economía y las ciencias sociales, pero también entre las ciencias sociales y la literatura. Según usted, aquel que desee esclarecer el destino de las desigualdades debe echar mano a los escritores. ¿Por qué?

Yo hago jugar a la literatura el rol que ella ha jugado en mi propio cuestionamiento sobre las desigualdades. Y es un rol esencial. Plantear la cuestión de las desigualdades es la de plantear la de las relaciones de poder entre los grupos sociales, y en consecuencia la de nuestras representaciones colectivas. En particular en los siglos XXVIII y XIX, pues este es un periodo en el que la ausencia de inflación hace que los montos monetarios tengan un sentido. Para esa época se puede hacer referencia al dinero sin cansar al lector, porque el dinero hace referencia a estilos de vida y relaciones de dominación muy determinados. Si Balzac dice mil libras de renta y no diez mil, se comprende de golpe el tipo de estilo de vida que esto implica, con quien es posible hablar, casarse, es toda la vida la que pasa por delante de uno...

Yo no hubiese nunca representado la desigualdad como lo hago sin haber leído a Balzac. Ahí hay, en la literatura, un poder evocador que ningún investigador en ciencias sociales puede aproximar. Los investigadores hacen otra cosa que puede ser también útil, pero sin llegar a alcanzar esta verdad, esta  potencia. Poner conceptos teóricos y construcciones estadísticas sobre eso es solo siempre un pobre resumen; pero al mismo tiempo esta mediocre producción estadística es importante para la regulación democrática de nuestras sociedades, a fin de luchar contra las desigualdades.

Mi trabajo de investigador es un trabajo orientado a realizar tareas: yo acumulo datos, fuentes, archivos. No hay necesidad de talento literario para eso; lo único que se necesita es tiempo y un poco de determinación.

A los jóvenes que se dirigirían a usted planteándole, a propósito del progreso, la vieja pregunta de Kant “¿Qué nos está permitido esperar?”: ¿Cuál sería su respuesta?

Les respondería que es posible desarrollar una visión optimista y razonada del progreso. Para eso es necesario apostar por la democracia hasta el final. Es necesario acostumbrarse a vivir con un crecimiento débil y dejar atrás las ilusiones heredadas de los “Treinta Gloriosos”, un periodo en el que el crecimiento iría a arreglar todo. La reflexión sobre las formas concretas de democratización de la economía y la política, sobre la forma en la que la democracia puede retomar el control del capitalismo, esta reflexión se encuentra en sus inicios. Es urgente desarrollar instituciones realmente democráticas, tanto a nivel europeo como a nivel local, con nuevos niveles de participación colectiva en la toma de decisiones y de reapropiación de la economía.

No es porque el Siglo XX haya experimentado chocs violentos y fracasos terribles que no es necesario retomar la escritura de esta página, casi en blanco, del progreso.

La entrevista fue realizada por Jean Birn

Traducida del francés por Generaccion.com

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