La calle enseña

Sigo creyendo que la convivencia cotidiana es la mejor expresión de nuestro nivel como sociedad y de la calidad de ciudadanía que practicamos. La cotidianidad es la vida real.

Una muestra elocuente es la forma cómo se desenvuelve el tránsito en nuestras ciudades. Es uno de los problemas que más se requiere resolver en estos días, pero no sólo en Lima, sino en buena parte de las ciudades más grandes del país.

Lo primero que se exige son normas adecuadas, señalizaciones bien hechas, diseños técnicos para el tráfico. Todo ello se demanda, pero lo que más se necesita es sentido común y una suficiente comprensión de la importancia de vivir en paz con los demás. En cambio, hay cientos de ejemplos diarios que evidencian comportamientos irracionales en cada esquina.

Frente a esto el mensaje de la escuela suele enfrentarse -y caer derrotado- por la brutalidad de lo que se necesita hacer para sobrevivir. Nunca olvidaré lo que me dijo un muchacho que fue nuestro alumno, en una mezcla de compasión y reproche: “es que ustedes nos han formado para un mundo que no existe.”

Estamos frente a un problema que reclama el compromiso absoluto de las autoridades públicas, en primer lugar, pero también de todos quienes tengan algún grado de competencia y participación: ¿los empresarios transportistas nunca orientan a sus afiliados? ¿no se reúnen por algún motivo los taxistas? ¿todos nosotros no conversamos nunca de esto con nuestros hijos? 

Estoy seguro que estas batallas son difíciles de ganar. Tal vez por eso quienes más responsabilidad tienen posiblemente piensan que los problemas “o se arreglan solos o no se arreglan nunca”, como alguien dijo alguna vez.