Lo que se llama “Ciudad Limpia”

Me contaron que en una ciudad japonesa se hallaban dos peruanos: uno residente allí y otro de visita. Ambos tenían en las manos envolturas de golosinas y el visitante dice: ¿qué pasa si la voto al suelo? El residente le pregunta: ¿por qué la vas a tirar al suelo? Insiste el primero: ¿yo quiero saber qué me pasa si la voto? Y el segundo reitera: pero ¿por qué tendrías que hacerlo?  Las lógicas de las preguntas son distintas. Hay uno que espera una posible sanción por hacer algo que sabe que está mal. Para el otro hay cosas que simplemente no se deben hacer, más allá de la sanción.

Por ahí sin duda comienza la diferencia entre ciudades limpias y ciudades contaminadas. Si comenzamos votando un papel a la calle –o lo permitimos-,  será más fácil hacerlo luego con una cáscara y más tarde votar basura en el río. Y algunas empresas harán mucho más que eso, en proporción a su tamaño y a su potencial irresponsabilidad.

Felizmente existen ciudades muy limpias (ergo: con habitantes iguales) que lo son por la calidad y disponibilidad del agua potable, el reciclaje y tratamiento de residuos, el servicio de recojo de basura, la fluidez en el tránsito y la calidad del aire. La ciudad más limpia del mundo es Calgary, Canadá, con más de un millón de habitantes. Entre las diez primeras, tres pertenecen a Norteamérica, cuatro a Europa nórdica, dos a Oceanía  y una al Asia.

Claro que también están las más contaminadas del planeta, entre las que los peruanos aportamos dolorosamente con una, La Oroya, entre las diez primeras. ¡Y en quinto lugar!