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Jueves 21 de agosto 2014

Francisco, un papa sin fronteras

"En su visita a Corea del Sur, el pasado fin de semana, el Sumo Pontífice confirmó que entiende su mensaje como misión universal; en consecuencia, busca dejar el eurocentrismo atrás para imaginar horizontes más amplios y arriesgados", señala José María Poirier Lalanne en su artículo publicado en el portal del diario La Nación este jueves 21 de agosto de 2014...
Francisco, un papa sin fronteras
Foto: abc.com.py

El tercer viaje internacional del papa Francisco, después de Brasil y Tierra Santa, puso de relieve su particular interés por Asia, el continente del próximo futuro. Un mundo que desde siempre interesó a los jesuitas y al que deseaba ir de joven Jorge Mario Bergoglio -los inconvenientes de su salud se lo impidieron- y que constituye hoy el gran desafío para la evangelización. Allí, la presencia de la Iglesia es marcadamente minoritaria, excepto en tres países: Filipinas, tradicional baluarte católico; Vietnam, y Corea, donde son el 10% (de Corea del Norte sólo se sabe que los cristianos son perseguidos desde hace décadas).

Corea del Sur representa un catolicismo en claro crecimiento y con prestigio intelectual y social. En efecto, para Francisco, enfrentar el tema de los pobres era clave en la mentalidad de ese país, donde los cristianos, en general, pertenecen a clases medias y pujantes. Por otra parte, la historia de esta comunidad es absolutamente singular: hace dos siglos el catolicismo comenzó a difundirse gracias a la búsqueda espiritual de un grupo de ilustrados laicos. Uno de ellos viajó a Pekín para recibir el bautismo y les transmitió la fe a sus compañeros. Después vinieron los duros años de la persecución y el martirio.

Según Giovanni Maria Vian, director de L'Osservatore Romano, en este viaje el Papa apuntó a los obispos de Asia y a los jóvenes. Habló de la unificación del país, que vive en permanente tensión; expresó su deseo de tomar contacto con China, y retomó la línea de los grandes documentos programáticos del papa Pablo VI. Citando a su predecesor Benedicto XVI, sostuvo que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción. Y una vez más insistió en la fuerza del testimonio. Lo único que pidió fue libertad para la Iglesia en los diferentes países, asegurando que tiene clara conciencia del respeto que se les debe a todas las culturas.

De alguna manera, como jesuita que es, se apoya en la extraordinaria historia de Mateo Ricci, el misionero de esa orden que terminó siendo un sabio consejero en Pekín. Siglos antes del Concilio Vaticano II, ya aparecía en la Iglesia la idea de la inculturación y de la necesidad de separar el mensaje evangélico de los aparatos culturales que permiten (pero pueden condicionar) su difusión.

El Papa no dejó de observar el dinamismo propio del pueblo coreano, que a pesar de la guerra y de la humillante ocupación japonesa ha sabido preservar su dignidad y su enorme capacidad de transformación. En ese sentido, probablemente el pueblo coreano sea un excelente aliado de Francisco a la hora de salir a las fronteras.

Asia se presenta para la Iglesia como un continente complejo, de antiguas culturas y de difícil evangelización. De alguna manera, exige replanteos profundos. La Iglesia tiene que desentenderse de lo más europeo y occidental para permitir el encuentro del Evangelio con otras sensibilidades y modos de pensar. Si el mensaje cristiano conlleva una misión universal, ello exige la actualización permanente de su lenguaje y de su capacidad de relación en el diálogo cultural. Benedicto XVI veía en el encuentro entre el Evangelio y la cultura griega una suerte de providencia de la historia que le permitió expandirse por el mundo mediterráneo; Francisco, en cambio, tiende a imaginar horizontes más amplios y más arriesgados. Su discurso no apunta privilegiadamente a los católicos, sino que siempre abre las puertas para un diálogo mayor.

No dejan de sorprender, por otra parte, dos de las observaciones en la improvisada conferencia de prensa durante el viaje de regreso a Roma. Francisco no perdió ocasión de volver a elogiar a Benedicto XVI y su histórica renuncia. También él considera que tiene unos pocos años por delante y que cuando las fuerzas no lo acompañen podría ser otro papa emérito. El filósofo Giorgio Agamben, en su ensayo El misterio del mal, sostiene que Joseph Ratzinger, con su "gran renuncia", dio pruebas no de flaqueza, sino de un coraje que adquiere un valor ejemplar. Y señala que parte de la crisis de legitimidad de los gobiernos se origina precisamente en la incapacidad de confrontarse con los hechos. Sostiene Agamben que la pretendida coincidencia de legalidad y legitimidad es insuficiente y deteriora las instituciones. En este sentido, la libre y consciente renuncia de Benedicto XVI constituyó un ejemplo que acrecienta la autoridad moral de la Iglesia.

Al responder a las preguntas de los periodistas con respecto a la violencia en Irak, Francisco se expresó en favor de detener al agresor injusto y defender a las minorías perseguidas. Se refería a encontrar la manera de frenar el acecho de los terroristas del Estado Islámico. Pero aclaró que las decisiones no pueden estar libradas a un país, sino que deben surgir de la comunidad internacional, representada en la Organización de las Naciones Unidas.

El próximo viaje papal será a Albania, una de las periferias europeas (tal como lo es Lampedusa). Con Francisco, la Iglesia toma conciencia de la necesidad de ampliar sus referencias. No puede seguir siendo eurocéntrica, sino que debe recibir linfa nueva desde las fronteras. Si algo caracteriza en este sentido el pontificado del papa argentino es su sensibilidad a los ámbitos alejados del tradicional centralismo. A diferencia de Benedicto XVI, Francisco cree que la probable recuperación de la fe en el continente europeo y en el hemisferio norte en general dependerá más de su apertura a otros horizontes que de la dinámica interna.

En Corea, durante cinco días, Francisco anunció la misión sin confines de la Iglesia, beatificó a más de un centenar de mártires y expresó claramente su deseo de un diálogo abierto con la sociedad. En pocos meses visitará Sri Lanka y Filipinas.

La consigna de este papa, tal como observan muchos analistas, ha sido proponer la relación con Dios y la fraternidad universal. En efecto, afirmó que todo hombre y mujer, independientemente de sus ideas y de su fe, deben ser respetados en su dignidad de personas.

Una vez más, Francisco se demuestra capaz de comunicarse mejor con los gestos que con las palabras. Tal es así que se advirtió cierta incomodidad en los líderes políticos ante la figura de un hombre que aumenta su autoridad en la medida en que acorta las distancias con la gente y se muestra austero, valiente y solidario. Incluso dispuesto a viajar a los países en conflicto si su presencia pudiera aportar alguna ayuda.

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