Las últimas revelaciones vía el hackeo (cornejoleaks) o la desclasificación (Departamento de Estado-Embajada USA en Lima), de las comunicaciones internas entre funcionarios del Estado peruano, lobistas empresariales y diplomáticos, norteamericanos en este caso, nos ponen sobre la mesa la manera cómo se maneja el Estado peruano.
Muchos analistas de la política nacional se han referido durante décadas al manejo patrimonial de nuestro Estado. Es decir, al manejo privado de los asuntos públicos como herencia directa del período colonial, cuando el rey de España consideraba estos territorios su propiedad particular. El manejo patrimonial continuó durante la república y alcanzó uno de sus momentos culminantes durante el Estado Oligárquico, cuando los grandes propietarios agrarios manejaron directamente el poder político de la época. Sin embargo, las políticas reformistas que se desarrollaron entre 1960 y 1990, con sus luces y sombras, fortalecieron la capacidad estatal para el manejo de los asuntos públicos e hicieron declinar en algo el patrimonialismo.
Es en el período de la dictadura de Fujimori y Montesinos, cuando se produce una radical contrarreforma del Estado, se crea lo que se ha venido en denominar “un capitalismo de amigotes” como una nueva lógica de la relación entre la sociedad y el Estado y más específicamente entre los grandes empresarios y el Estado. Capitalismo de amigotes quiere decir que el factor fundamental en la ganancia de los negocios privados viene a ser mantener buenos contactos con el poder de turno, para conseguir así la “renta política” necesaria para alcanzar sus objetivos.
Este capitalismo de amigotes tuvo como director de orquesta a Vladimiro Montesinos, pero como operadores de campo a la burocracia del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) y sectores afines, especialmente en los años en los que este sector fue dirigido por el Ing. JJ Camet y su asesor Fritz Dubois, ambos ya fallecidos. Lo importante a resaltar es que este gobierno nos vendió la idea de una refundación capitalista, donde el libre mercado ponía las mismas reglas para todos y se abría el período de una verdadera “libre competencia”. La realidad como vemos desmiente este aserto.
El retorno a la democracia, luego de la corta transición de Paniagua, no logró modificar este capitalismo de amigotes. Toledo, García y Humala, han pasado todos –más allá de sus promesas electorales- por el mismo aro, donde cada vez es más difícil distinguir entre intereses privados y políticas públicas. El mecanismo ha sido uno de captura progresiva del Estado, llevada adelante desde el MEF, que ha avanzado primero a los sectores productivos y posteriormente a los sectores sociales, para ponerlos a todos - en teoría - en la lógica privatista de las ganancias y pérdidas, y en realidad en la lógica de la ganancia de corto plazo de alguna empresa amiga, sin importar el indispensable bien común al que debe atender el aparato estatal.
En términos políticos la captura vuelve a actuarse en cada campaña electoral, procediendo al financiamiento de la campaña de los candidatos amigos, a la seducción por múltiples medios de los que no lo sean, al control de los nombramientos una vez que se produce la elección y finalmente a los lobbies para afinar detalles sobre tal o cual puntos específico. Si nos referimos a los últimos descubrimientos podemos ver cómo casi cualquier lobista modifica lo que hace un ministro de Estado o cómo algún diplomático de un país poderoso –Estados Unidos especialmente- reescribe los proyectos de ley que luego aprueba el parlamento.
Como señala Francisco Durand la famosa “puerta giratoria” funciona a todo meter. Los que son funcionarios de alguna empresa privada aparecen de la noche a la mañana como funcionarios públicos e incluso ministros y viceversa. Asimismo, importantes estudios de abogados que defienden a los mayores inversionistas terminan redactando leyes, reglamentos y resoluciones supremas. Un verdadero festín en el que la máxima no es otra que “poderoso caballero es don dinero”.
No podemos menos que señalar que nos hemos quedado cortos en nuestra apreciación sobre la influencia de los grandes intereses económicos e imperiales en la política peruana. No ha sido solo influencia, ha sido captura a favor no precisamente de nuestro país ni de nuestro pueblo sino de la ganancia de corto plazo de unos pocos. Es preciso decirlo, además, ahora que nos encontramos en un fin de fiesta, en el que el país siente los efectos de haber apostado por un modelo primario exportador que ya fracasó varias veces en nuestra historia. Un modelo que, para colmo de males, fue gestionado priorizando los intereses privados y extranjeros y no el ahorro nacional. Es hora de que este escándalo sirva para volver a tener gobiernos y políticas públicas que vuelvan a servir a los intereses del Perú.