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Martes 26 de agosto 2014

La paz y la muerte

Eduardo González Viaña dice "estuve a punto de morir un día de junio de 1985. Agradezco a Dios que eso no ocurrió porque, entre otros premios de la vida, tengo la ocasión de olvidar y perdonar lo que me pudo ocurrir, desear que no se desbarate el Estado de derecho y ansiar que nuestros gobernantes no pasen a la historia como continuadores de una guerra sin término sino como hacedores generosos de la paz y la reconciliación".
La paz y la muerte
Foto: soloparaviajeros.pe

Un día de junio de 1985, yo iba a morir.

Por lo menos, otras 90 personas volarían conmigo por los aires en una casa de Trujillo.

Estábamos en el jurado departamental de elecciones. Bajo la mesa en la que yo me encontraba, había sido colocado un explosivo. La razón de sus ejecutores era sencilla: de acuerdo con su punto de vista, las elecciones eran un juego fraudulento del Estado burgués.

Era yo entonces candidato al Senado de la República por la Izquierda Unida. En el departamento de La Libertad, los votos preferenciales me otorgaban una holgada mayoría sobre todos los otros candidatos al Senado de la misma agrupación. Mientras se contaban los votos, me sentía agradecido por la generosa preferencia de mis paisanos.

De pronto, mi pie derecho chocó contra un bulto bajo la mesa. Era un envoltorio sospechoso, una posible bomba. “Levántense, por favor”, dije, y sin pedirme explicaciones, todos lo hicieron. Al salir nosotros, la policía especializada ubicó y desactivó el artefacto explosivo.

De eso han pasado casi 30 años. Se iniciaba en el Perú una guerra demencial. Los miembros del grupo que puso aquella bomba se lanzaron al abismo de una violencia sin fin. Del otro lado, el Estado les respondió pocas veces con tino y prudencia. El gobierno de aquellos años tuvo la idea depravada de masacrar a centenares de presos rendidos en una cárcel peruana.

Se suele atribuir al diablo la paternidad de todo lo perverso. A veces pienso que él no es tan necesario y creo que los seres humanos suelen tener poderes casi sobrenaturales para ejercer el mal y ser infernales con sus víctimas. Ese fue el caso de ese gobierno y el de la dictadura interminable que le sucedió. Los peruanos de esas épocas hemos padecido el tormento de estar encerrados en un sánduche. Había terror de uno y otro lado. En el país, se operó una verdadera guerra étnica en la que quien tenía orígenes andinos era sospechoso. Podía ser ejecutado por Sendero o apresado, torturado y desaparecido por las Fuerzas Armadas.

Después de tantos años, tuve la esperanza de que el nuevo gobierno iniciaría un camino de paz. Voté por el señor Humala sin hacerme la ilusión de que una gran transformación estuviera a la vista. Lo hice, sobre todo, porque me espantaba su adversaria.

No obstante, nunca podré entender bajo qué lógica se prohíbe un movimiento en el que los subversivos se rinden y piden amnistía, y, en el otro lado, se acepta con naturalidad la existencia de un partido político “fujimorista”.

No hay planes en ese partido. Su único fin es el indulto de Alberto Fujimori quien durante 10 años capitaneó un régimen de terrorismo estatal construido a base de genocidios, manipulación electoral, corrupción a tiempo completo y cementerios clandestinos por uno y otro lado del Perú.

Fujimori fue el comandante supremo que ocultó, justificó y amnistió crímenes contra la humanidad, y ahora se defiende diciendo que los ignoraba, o achacándoselos a la institución militar que no podría haber actuado sino bajo sus órdenes. ¿Se permiten partidos hitleristas en Alemania?

Como si se aceptara que uno de los terrorismos es bueno, este señor recibe una cárcel de cinco estrellas. Y sin embargo, enfrente, el otro condenado por terrorismo, un hombre anciano y sobre todo, ya rendido, tiene que sufrir la súbita invasión de los guardias carceleros a su calabozo perpetuo para confiscar lo que escribe y lee. No sé cómo alguna revista pudo festejar esta innecesaria tortura.

Estuve a punto de morir un día de junio de 1985. Agradezco a Dios que eso no ocurrió porque, entre otros premios de la vida, tengo la ocasión de olvidar y perdonar lo que me pudo ocurrir, desear que no se desbarate el Estado de derecho y ansiar que nuestros gobernantes no pasen a la historia como continuadores de una guerra sin término sino como hacedores generosos de la paz y la reconciliación.

Publiocado en el blog del autor El Correo de Salem

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