Fácilmente había algo más de 600 personas en el aeropuerto “Carlos Ciriani” de Tacna en la mañana del lunes 1 de setiembre. No logré ver si en algún sitio se indicaba el aforo de aquel ambiente, pero es fácil suponer que –considerando los equipajes- circular por el área de chequeo era, por lo menos, complicado.
Eran los pasajeros de tres vuelos de LAN y eso era una batahola, un maremagnum. Dos grupos habían perdido el vuelo del día anterior –por malas condiciones atmosféricas- y perder el vuelo del domingo es siempre estresante. Como que toda la alegría de las fiestas tacneñas se había esfumado y la reemplazaba una amargura difícil de ocultar. En esas circunstancias lo que más se espera –aparte del ansiado aterrizaje del avión- es que haya orientación, orden, información, consuelo.
Penosamente eso no ocurrió. Por alguna extraña razón los altoparlantes no se usaron jamás y una señorita, con paciencia plausible, trataba de explicar cómo y dónde hacer las colas. Su esfuerzo era tremendo pero su éxito imposible.
A nadie se le ocurriría responsabilizar a la empresa aérea de las dificultades meteorológicas –además visibles-, pero lo que sí se exige y necesita es que haya evidencia de la organización empresarial. No cuesta mucho explicar a todos la forma en que se procederá a atender la ansiedad de los pasajeros. Siempre es mejor saber –y no suponer- la manera cómo se está encarando una situación que es excepcional.
Apena comprobar que esta circunstancia -de probable ocurrencia en otros aeropuertos del Perú- no haya mostrado un protocolo mínimo de atención. Las multitudes sin guía resbalan en el desorden y en el caos. Su atención, por favor.