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Martes 09 de septiembre 2014

Una reflexión sobre el ego en las conversaciones de coaching

"(...) una de las trampas que el ego le puede jugar a un coach es la ilusión de que puede entregarle “soluciones” al coachee o pensar que sabe qué debe hacer o le conviene a éste.", señala el Coach Ontológico José Valera (*).
Una reflexión sobre el ego en las conversaciones de coaching
Foto: Coach Ontológico José Valera


“Nadie ha aprendido el sentido de la vida
hasta que ha sometido a su ego para servir a sus hermanos”
(Ralph Waldo Emerson)

Muchas personas se viven así la vida. Dan consejos, pontifican sobre lo que es mejor para los demás; se frustran cuando sus indicaciones no son seguidas… Son movidas que se ven habitualmente en la vida cotidiana y causan enorme sufrimiento. Pero cuando se trata de un coach, jugar a este particular juego del ego pone en riesgo la esencia misma de su actividad.

Hablar de la relación entre ego y coaching nos podría llevar a muchos lugares. Pero de lo que se trata en este artículo es una breve y muy específica reflexión sobre el ruido que el ego del coach puede generar en una sesión de coaching, y que incluso puede terminar por arruinar las posibilidades del coachee.

Conscientes de las múltiples definiciones que se pueden dar sobre el ego, definimos para este artículo el ego como aquella función de nuestra mente que construye una imagen de lo que somos, hacemos o pensamos sobre nosotros mismos, y nos obliga a actuar de determinada manera para defender dicha imagen. El trabajo de mantener esa imagen ante nosotros y ante los demás genera enormes costos, pues la vida se puede convertir en toda una actuación para que el mundo me perciba no como soy sino como el personaje que he construido.

Desde un espacio más filosófico, el Ego genera un Yo aislado, y eso, difícilmente le permite conectarse. Yo soy el más… Yo merezco… Yo pienso mejor… El ego separa, divide e impide ese espacio de integración con los demás y con el Universo.

Hablando sobre el ego en el coaching, Julio Olalla dice que “no podemos entender la existencia de un yo sin un tú. Nosotros somos historias; a través nuestro hablan nuestros ancestros, hablan tradiciones muy específicas. Nosotros venimos de una historia anterior al haber nacido, y somos historia desde que nacemos. Y esa historia es la que nos constituye. Para mí la construcción de un ego que aísla nos hace cometer el pecado de transformar a las personas en casos, y no son casos”.

“Para mí todo ser humano que tengo al frente es un ser digno, un misterio; lo miro con amor, ternura y como una persona con sueños o nostalgias; como un ser que aprendió algo que ahora le es insuficiente y, por lo tanto, necesita trascender el saber que tiene”.

“No creo que lo que hago en el coaching lo haga yo en el sentido de Julio; conmigo hay muchos maestros dando vueltas que me van soplando para que haga lo que hago y por tanto no lo puedo atribuir a mí. Es una locura decir “esto lo hice yo” en el sentido de un Yo aislado, pero si es un Yo colectivo, un Yo más grande, sí, eso lo hice yo. No el Yo de mi ego, mi ego es incapaz de hacer eso”, termina Julio Olalla en su reflexión.

Es decir que una de las trampas que el ego le puede jugar a un coach es la ilusión de que puede entregarle “soluciones” al coachee o pensar que sabe qué debe hacer o le conviene a éste.

Julie Starr, coach estadounidense, señala en su libro Brilliant Coaching que la mejor forma de reducir la influencia de nuestro ego es ser consciente de él, identificarlo y detectar los signos del control que ejerce sobre nosotros, para poder crear una sensación de distancia con respecto a él.

¿Pero cuáles son los signos que permiten ver la influencia de nuestro ego?

Según señala esta autora, una persona con un ego bajo control se mantiene relajada en situaciones en las que le demuestran que está equivocada; se puede reír de sí misma con facilidad; acepta bien las críticas; no se preocupa por las situaciones de status o poder; acepta cómo son las cosas aunque no sean como ella las desea; no se recrea en las opiniones de los demás sobre ella; afronta bien los cambios inesperados y las crisis; acepta a personas con distintos puntos de vista a los suyos; no se avergüenza con facilidad y no siente la necesidad de impresionar, agradar o controlar a las personas en distintas situaciones, sino que se mueve por un sentido personal de lo que está bien y mal.

Todo esto no significa que al actuar como coaches debamos abandonar nuestras opiniones, juicios y valores pero sí buscamos mantener el propósito de la conversación que consiste en que el coachee piense por sí mismo.

Según Starr, los buenos coaches han aprendido a reducir la influencia del ego. Entre los beneficios que tiene el adoptar esta actitud en las conversaciones de coaching, se encuentran la disminución del estrés (al no perseguir tener siempre el control de esa conversación); una mayor energía y sensación de libertad al no tener que estar siempre actuando en función de las creencias de “lo que somos” y “lo que no somos”; una sensación de que las situaciones pueden tener distintas posibilidades y no tienen tantos límites; mayor sensación de flexibilidad y fluidez y el incremento de la confianza del coachee al proyectar una imagen natural y no ficticia de cómo somos.

Para Paulina Zamora, directora del ACP Andino (Newfield Network), “el ego es enemigo del coaching. El ego en el coaching tiene dos caras. Desde la arrogancia de que yo soy quien va a mostrarle al otro o, desde el lugar opuesto, donde siento que nada de lo que yo pueda hacer o mostrar es suficiente para el otro. En ambos lugares, el foco está puesto en mí y no en el otro”.

“El ego nos hace olvidarnos del coachee, de servirlo, y nos hace olvidar que sólo somos acompañantes. La arrogancia y la humildad vienen del ego. Si yo te digo ‘tienes que ser humilde’ es como decir ‘ego, bájate’. Y en ninguno de los dos espacios —arrogancia o humildad— tiene que ver con el alma, porque cuando nosotros hacemos coaching lo hacemos desde el alma”, dice Paulina.

Toda esta reflexión me lleva a valorar y agradecer la forma como en el ACP (nuestro programa de coaching profesional) se enseña esa forma de acompañar, y donde el foco está puesto en el coachee. Para mí ésta es una lección maravillosa.

Y sobre ese punto, me viene a la cabeza esa dinámica del ciego y el lazarillo que se realiza en uno de los laboratorios (ACP). Los estudiantes parecen ver una metáfora del coach llevando de la mano a su coachee, pero la enseñanza es exactamente la contraria: es el coachee quien va llevando de la mano al coach, y éste último, ciego, lo único que puede hacer es dejarse guiar. Un poderoso golpe al ego.

(*) Publicado en www.newfield.cl/ego-y-coaching

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