Han sido necesario miles de muertos en Ucrania y meses de dudas culpables para que Francia acceda finalmente a suspender provisoriamente sus entregas de armas a Rusia. Eso por las venta de fragatas que generan a penas un poco más de mil millones de euros, lo que constituye una suma irrisoria comparada a lo que esté en juego en términos humanos y geopolíticos, y al peligro militar real que representa estas estratégicas entregas. A título de comparación, podemos por ejemplo recordar que la justicia norteamericana viene tranquilamente de retener más de 6 mil millones de euros a la BNP Paribas. ¡Qué no se hubiera escuchado si el Estado francés hubiese querido que nuestro primer banco francés y europeo pague tal cantidad de dinero!
Esas dos cifras, que a priori no tienen relación alguna, nos muestran en realidad las dos caras de una misma moneda. En la nueva economía-mundo, el costo de ser un país de tamaño pequeño se revela exorbitante: se debe aceptar cosas de más en más inaceptables, en contradicción con nuestros valores. Para obtener algunos miles de millones en exportación se es capaz de vender cualquier cosa a quien sea. Se puede convertir al país en un paraíso fiscal, cobrar menos impuestos a los oligarcas y a las multinacionales que los que se imponen a las clases medias y populares, aliarse con emiratos petroleros poco progresistas a fin de obtener algunas migajas para nuestros clubes de fútbol. Y, al contrario, se debe aceptar la ley de los grandes países, en este caso la de los EEUU que utiliza todo el peso de su poder judicial para imponer multas sin precedente y decisiones arbitrarias a lo largo y ancho del planeta, en Francia o en Argentina (donde la cancelación de la deuda ha sido en forma súbita puesta en tela de juicio). Pues bien, todos los países europeos, incluidos Francia y Alemania (recientemente escandalizada a causa de la revelación ante el mundo del espionaje telefónico de NSA), van a estar con mayor frecuencia en la situación en la que se encuentran los países minúsculos, prestos a sacrificar y asumir las consecuencias de lo que venga. Esta es la razón por la que la prioridad de nuestra época y nuestro continente será durante mucho tiempo la unión política, en nombre de nuestros valores y nuestro modelo de sociedad europea.
Sin embargo, esta unión se estanca. Podemos alegrarnos por el hecho de que un polonés haya sido nombrado presidente del Consejo de Europa y ver en ello el éxito de la extensión de la unión en el Este. Con una población de más de 500 millones de habitantes y un PIB acumulado de más de 15 mil millones de euros, es decir un cuarto del PIB mundial, la Unión Europea de 28 países cuenta con los medios para imponer decisiones y sanciones. En particular al encuentro de Rusia, cuyo peso económico y financiero equivale a la décima parte del nuestro, país que no resistiría durante mucho tiempo las consecuencias de una acción determinada. Pero, al mismo tiempo, este mismo presidente polonés nos recuerda al mismo tiempo que Polonia no tiene ningún deseo de incorporarse a la en la zona euro, el corazón político y económico de Europa (cerca de 350 millones de habitantes y 12 mil millones de euros de PIB), pero que aparece de más en más como un fracaso ante los ojos del mundo y al de los europeos.
Hay que admitir lo evidente: si se desea avanzar hacia la unión política, en particular en lo que concierne a las cuestiones presupuestales, fiscales y financieras, eso solo se puede conseguir edificando nuevas instituciones democráticas y parlamentarias en el seno de un pequeño grupo de países, al interior de la zona euro. Con un parlamento de la zona euro, y un ministro de Finanzas responsable ante esta Cámara, se podría votar ante todos por un plan de reactivación, un nivel común de déficit, un impuesto común sobre los beneficios de las sociedades, una regulación bancaria, y constituir un contrapeso político y democrático al Banco Central Europeo, del cual todo no se puede esperar. Cuando esta unión fortalecida haya demostrado su eficacia y capacidad para generar decisión política y progreso social, entonces los otros países en el seno de la Unión de 28 tendrán quizás deseos de unirse a este núcleo duro. Esperando con los brazos cruzados las cosas no se van a arreglar naturalmente.
El gobierno francés, junto con el gobierno italiano y otros más, en este momento debe plantear propuestas. No tiene ningún sentido repetir que es imposible modificar los tratados, cuando estos fueron modificados en seis meses en el 2012, y que aún lo serán. Incluso si Alemania teme encontrarse en situación de minoría con respecto a lo que concierne a los déficits, esta no podrá rechazar durante mucho tiempo una verdadera propuesta de unión política fortalecida, a partir del momento en el que vea que su peso demográfico se traducirá en una presencia gravitante en el parlamento del euro. El gobierno francés no podrá pasar los tres años que vienen esperando la reactivación. Francois Hollande cometió un error enorme en 2012 al imaginar que su estrategia de reducción a marcha forzada de los déficits le permitiría reencontrar la senda del crecimiento. Ha llegado el momento de admitirlo y cambiar de estrategia, antes de que no sea demasiado tarde.
Thomas Piketty, Director de Estudios en la EHESS y profesor de la Escuela de Economía de París, publicó este artículo en el diario francés Liberación el martes 9 de septiembre de 2014.