La presidenta del Consejo de Ministros fue una revelación desde sus primeras apariciones públicas a nivel nacional. Extraída de su natal Ica por el voto de arrastre de Ollanta Humala en las elecciones del 2011, Ana Jara demostró habilidades y buena muñeca como congresista, por ejemplo, asumiendo el debate de la discutible separación de 15 notables diplomáticos de la Cancillería, en calidad de presidenta de la ,Comisión de Relaciones Exteriores del Legislativo.
Su claro sentido del orden y el trabajo sistemático – influencia quizás del notariado – la llevaron rápidamente a ser incorporada al Gabinete Ministerial como titular del despacho de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, en diciembre de ese mismo año. Esta mayor visibilidad política la obligó a relacionarse rápidamente con el periodismo, ocasión en que muchos la conocimos y tratamos. También la empujó a ser una activista de las redes sociales, especialmente del Twitter, donde comunica sus pareceres y preocupaciones.
No le fue difícil, por ende, paralelizar sus tareas ministeriales (luego pasó al de Trabajo y Promoción del Empleo) con las de una operadora política del humalismo, siempre dispuesta a sacarle las castañas del fuego tanto al presidente como a la poderosísima primera dama. Jara argumenta, elabora frases impactantes para sus entrevistas, pelea como una leona que defiende a sus cachorros Ollanta y Nadine cada vez que la oposición tiene el atrevimiento de tocarlos.
Y claro: ya elevada el presente año al cargo de Premier y pese a la renuencia de una improvisada mayoría parlamentaria a otorgarle el voto de investidura, Jara ya gozaba de cierta aceptación popular y aplauso de mucha prensa. Era su momento de oro. Los modales ecuménicos afloraron nuevamente en su conducta con naturalidad y sencillez.
Pero algunos sospechábamos que eso no le duraría. Un gobierno de confrontación no quiere ministros expertos en relaciones públicas. Menos cuando ese gobierno está de salida y cuenta con un ministro del Interior capaz de decir que el sicariato sólo debe preocuparle a los delincuentes y un primer mandatario que acusa a la globalización como inspiradora de ese fenómeno maligno.
De ninguna manera. Por eso esta semana vimos el verdadero rostro de Jara, la faceta por la cual debe a Palacio de Gobierno las elevadas misiones concedidas. Con una bancada oficialista disminuida en talento y credibilidad (con su líder Daniel Abugattas acusado de recibir dinero de los mineros ilegales), sólo cabía que la buena Anita rompiera fuegos y dijera velaverde a la canalla de la vereda de enfrente. Útil manera de llamar la atención, centrarla en otro eje del debate político y reducir los lentes de aumento a los numerosos líos gubernamentales (desaceleración económica, caída de la producción, creciente inseguridad ciudadana, caso López Meneses, las increíbles teorías de Urresti y Humala sobre los sicarios, y un largo etcétera).
Quedamos advertidos, entonces, que ya no tenemos una Premier para gobernar. La tenemos para pelear y dar la cara por su desfalleciente régimen. Volvemos a la operadora política que, en adelante, siempre nos hablará a boca de jarro….a boca de Jara.