Un camino a cualquier parte

Se dice –desde el mundo político hasta el académico- que debemos ser competitivos. Michael Porter, el gran gurú de la competitividad, la define por la productividad con la que un país utiliza sus recursos humanos, económicos y naturales. Y agrega que “casi todo importa” para la competitividad pues, en el fondo, ella reside en las instituciones, sus habitantes y su cultura.

Porque uno de los pilares de la competitividad es la institucionalidad, preocupa que no exista práctica de ésta. Y digo “práctica” porque mucha gente habla de las instituciones pero no cree en ellas. Agrego que la “noción” básica de las instituciones debe formarse en la escuela, mientras la realidad anda por otro lado.

Hay muchos ejemplos nefastos pero me limitaré a señalar dos de ellos: las elecciones regionales y los desvaríos del Ministerio del Interior.

Ante la llamada crisis de los partidos políticos “clásicos”, han surgido otros que se jactan de una convocatoria que en verdad no tienen. Son una especie de “partidos franquicia” que contactan con candidatos regionales y les ofrecen (a algún precio) su inscripción y logotipo. Ninguna ideología –misión dirían algunos-, programa, ni organización establecida. Ninguna lealtad permanente. No hay pasado ni futuro común.

El otro caso se afinca en el rol del Ministro del Interior: la imagen del individualismo, del populismo sectorial del presente gobierno. Su suprema voluntad hace que las cosas sucedan o desaparezcan. Lo que parecía sólo un rasgo diferenciador es hoy una forma desatada de hacer política.

Son éstas unas conductas anómalas que no sólo transgreden lo que nos conviene y debiéramos hacer como país, sino que nos pueden conducir a una situación que nadie imagina.