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Domingo 30 de noviembre 2014

Por una ecología humana

Por: Rossana Echeandía
Por una ecología humana
Foto: Difusión

 

El lunes 1 de diciembre Lima se convertirá en la casa de la COP 20. La cita cumbre del órgano supremo de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático reunirá aquí a representantes de los 195 países firmantes.

El objetivo fundamental de esta importante reunión, tal como aparece en su página web, es “impedir la interferencia peligrosa del ser humano en el sistema climático”.

Fue a mediados del siglo XX que la preocupación por las consecuencias de la acción humana sobre el medio ambiente se hizo más concreta. Desde entonces, el concepto de la relación entre el hombre y la naturaleza se ha ido decantando en tres posturas que podríamos considerar básicas para entender las propuestas de uno y otro lado ante lo que se debe hacer para preservar el medio ambiente.

En una serie de artículos publicados en El Comercio entre junio y julio del 2013, el director de Creatio, José Ambrozic, desarrolló estas tres posturas llamándolas la inhumana, la antihumana y la propiamente humana.

Respecto de la primera, Ambrozic explica que también se la conoce como ‘excepcionalismo humano’. Esta considera que “el ser humano, por la superioridad de su razón, y como extensión de ella su ciencia y tecnología, puede atribuirse el derecho de someter a la naturaleza y abusar de ella a su antojo. Lo único que detiene su voluntad de poder es la posibilidad de que la destrucción de hoy amenace su supervivencia mañana. No le reconoce más valor a la naturaleza creada que la utilidad práctica para el ser humano”.

La segunda tendencia, la ‘ecología antihumana’, está en las antípodas de la anterior. Además de negarle todo valor al hombre sobre las demás especies, lo considera prácticamente “una peste que debe ser eliminada o, al menos, contenida drásticamente”. Esta tendencia asume la teoría de Malthus, estudioso que veía como una amenaza el crecimiento de la población versus el crecimiento de la capacidad de alimentarla, de donde concluía que el equilibrio de los ecosistemas estaba amenazado. Es de aquí de donde han surgido las predicciones de catástrofes con fecha fija que, como es evidente, hasta hoy no se han cumplido.

La tercera tendencia, que Ambrozic hace suya, es la ‘ecología humana’. La explica como aquella que “disuelve la frontera entre el hombre y la naturaleza, y nos hace tomar conciencia de que somos parte del mismo ecosistema, permeables a lo bueno o malo que pueda contener”. Señala también que en la base de la ecología humana está la familia, la cual se organiza para el espacio y los fines comunes que exceden a sus miembros. Es decir, hombre y naturaleza no se contraponen, pues “sabemos que compartimos la misma suerte que las demás creaturas en nuestros ecosistemas y en todo el planeta”.

Es verdad que las acciones irresponsables del ser humano constituyen una interferencia peligrosa en el sistema climático, pero no lo es decir que por su sola existencia el hombre es enemigo de la naturaleza. Solo la amenaza aquel que embriagado por el mito del progreso y el dominio de la ciencia impulsa esa devastación.

El ser humano debe asumir la responsabilidad de velar por el cuidado de la ecología natural y humana. Así como con su inteligencia y poder puede abusar y destruir la naturaleza, debe decidir hacer el bien a la creación respetándola y cuidándola, por eso el problema es sobre todo un problema moral.

Artículo publicado en el diario El Comercio el 25 de noviembre de 2014

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