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Viernes 12 de diciembre 2014

El amenazante hueco negro

Por: María del Pilar Tello
El amenazante hueco negro
Foto: Perú 21


Martín Belaunde Lossio


Sabíamos que las corruptelas en que estaba envuelto Martín Belaunde Lossio encerraban misterios acerca de su dimensión y conexiones. Surgieron las sospechas cuando se lo vinculó a La Centralita que era el cuartel de operaciones del encarcelado César Alvarez, pero poco a poco el asunto se ha ido autonomizando y ahora el prófugo aparece como posible cabecilla de una red propia que habría negociado contratos por muchos millones.

Lo peor es que no se sabe cuánto de su actividad económica ha sido amparada por la vinculación, la complicidad, el conocimiento, la cercanía, la permisividad o la amistad provechosa con Palacio de Gobierno. La relación viene de lejos, desde los orígenes, cuando Humala era un candidato que no sabía que llegaría al poder y no se cuidaba de aspectos que podrían comprometerlo respecto de su cajero quien recibía, conducía y manejaba los dineros de su campaña electoral. Mucho menos se cuidaba su pugnaz cónyuge que podría salir aún peor librada del aquelarre dado su carácter de factótum protectora de su marido. Lo poco o lo mucho que se sabe abre grandes incógnitas.

¿Por qué arriesgarse con una patética intervención del Ministro de Justicia Daniel Figallo? ¿Por qué despedir tan ruidosamente a la procuradora Yeni Vilcatoma? Excesivo precio político pagado si lo que se está jugando es poco. El hueco negro en que se ha convertido el escándalo Belaunde Lossio amenaza la estabilidad política del país y hasta la permanencia de Ollanta Humala en Palacio. Ese es el punto y la preocupación. Nada justifica ninguna presión sobre jueces, fiscales o procuradores. Siempre es la peor opción pues cuando se conoce fragiliza todo el edificio. Más aún si toca de cerca a la familia presidencial.

Si bien no están claras todavía las pruebas de la corrupción lo actuado hasta ahora anuncia tiempos duros para el gobierno nacionalista. Se ignoran muchas otras aristas, además de las morales e institucionales, pero el temor se va convirtiendo en pánico. No hay forma de evitar el efecto sísmico cuando el apetito por el dinero mal habido se devela y la ciudadanía pasa de la frustración a la indignación. Cuando la ausencia de ética para manejar las entidades llamadas a fiscalizar, juzgar y controlar queda malamente al descubierto como estaría sucediendo en el caso presente.

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