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REDES SOCIALES
Domingo 14 de diciembre 2014

Las tasas del crimen

"Un reporte de la Organización Mundial de la Salud, dado a conocer esta semana, reveló que, si bien la región cuenta con el 9 por ciento de la población del planeta, aporta el 34 por ciento de los homicidios. En el 2012, sin ir más lejos, más de 165.000 latinoamericanos fueron asesinados. Este flagelo constituyen la primera causa de muerte de los hombres entre los 15 y los 44 años de edad.", señala el periódico colombiano El Tiempo en su editorial correspondiente al 13 de diciembre de 2014.
Las tasas del crimen
Foto: Difusión

 

De América Latina se pueden decir muchas cosas buenas y ciertas, que van desde los avances sociales que ha experimentado a lo largo de los años pasados hasta su riqueza cultural y su vitalidad. Pero si se trata de hablar de máculas, la región también se destaca a nivel global en dos aspectos principales: la elevada desigualdad entre los que tienen mucho y los que tienen poco y la incidencia de la violencia que enluta a decenas de miles de hogares e impide la llegada del progreso.

Sobre este último punto, los datos son apabullantes. Un reporte de la Organización Mundial de la Salud, dado a conocer esta semana, reveló que, si bien la región cuenta con el 9 por ciento de la población del planeta, aporta el 34 por ciento de los homicidios. En el 2012, sin ir más lejos, más de 165.000 latinoamericanos fueron asesinados. Este flagelo constituyen la primera causa de muerte de los hombres entre los 15 y los 44 años de edad.

Y es que tal problema tiene un tinte masculino. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, en el agregado internacional cerca del 95 por ciento de los homicidas son varones, al igual que ocho de cada diez víctimas. Como si eso fuera poco, la mitad de los fallecidos tiene menos de 30 años. En lo que atañe a las mujeres, lo más inquietante es que aportan dos terceras partes de los muertos cuando el atacante es un compañero íntimo o un familiar.

Contra lo que pudiera pensarse, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes ha bajado en forma sostenida a lo largo del presente siglo. Entre el 2002 y el 2012, dicho indicador se redujo en 16 por ciento, hasta llegar a 6,7 en el mundo. Tristemente, en América Latina la proporción señalada no se ha movido mucho y se encuentra por encima de 28.

No obstante, existe una inmensa disparidad en este azote. Asia oriental y las zonas sur y occidental de Europa tienen los guarismos más bajos. De hecho, unos 3.000 millones de seres habitan en países en donde la muerte violenta de una persona –exceptuando los accidentes de tránsito– es un suceso excepcional. Incluso, en el hemisferio americano las tasas que se ven en el Cono Sur –y particularmente en Argentina, Chile y Uruguay– se asemejan a las del Viejo Continente.

Pero las cosas se complican a medida que se avanza hacia el norte. Hoy por hoy, la peor situación es la de Centroamérica. Honduras es considerado el país más violento del mundo, con más de 90 homicidios por cada 100.000 habitantes, mientras que El Salvador, Guatemala y Belice no se encuentran mucho más atrás. Costa Rica es la excepción, mientras que Nicaragua –cuya pobreza supera a la de sus vecinos– se halla muy por debajo de la media de la zona.

Si se miran las cosas con un lente más amplio, salta a la vista el deterioro de Venezuela –cuya tasa es de 54–, mientras que en México –que tiene una de 22– casi que se ha triplicado en comparación con lo registrado en el 2007. Brasil está un poco por debajo de la región y contribuye en números absolutos con el guarismo más alto –unos 47.000 asesinatos por año–, pero se ha mantenido relativamente estable.

El panorama es de pocas luces y muchas sombras. Mientras en el resto del planeta la posibilidad que tiene una persona de ser asesinada ha bajado, en América Latina ha subido o se mantiene estable. Esa realidad se traduce en pérdidas inmensas, no solo por el gran sacrificio en vidas humanas, sino por el costo que acompaña a un entorno de incertidumbre y miedo.

Las causas de este mal son múltiples. Aunque la pobreza juega un papel, no es el factor determinante, pues elementos culturales, sociales y la presencia de organizaciones criminales como las vinculadas al narcotráfico también pesan en el saldo trágico. No menos importante es la falta de una justicia efectiva. Mientras en este hemisferio la tasa de condenas por cada 100 víctimas es de 24, en Europa es de 81, para solo citar un ejemplo.

En medio de ese angustioso panorama, Colombia va en otra dirección. De un indicador de más de 80 homicidios por cada 100.000 personas, hemos bajado a 30, lo cual muestra que vamos en contravía de Latinoamérica. Aun así, todavía estamos entre los primeros diez del planeta y estamos de sextos en la región.

Quizás lo más significativo es que, tras habernos estancado desde el 2009, los datos con corte al primero de diciembre muestran una reducción del 16 por ciento en los asesinatos. Si las cosas siguen como vienen, al final del año su número se ubicaría cerca de los 13.000, el total más bajo en décadas.

La cantidad se podría reducir mucho más si aplicamos las dolorosas lecciones aprendidas a lo largo de tantos lustros sangrientos. A diferencia de nuestros vecinos, hemos desarrollado herramientas analíticas y capacidad de investigación para resolver los delitos más execrables.

El reto es que la justicia sigue haciendo agua, como lo confirma el absurdo paro que completa más de dos meses. En la medida en que no podamos aplicar el principio según el cual todo crimen debe ser castigado de acuerdo con lo que dispone la ley, cualquier mejora puede ser efímera.

Por tal razón, es obligatorio hacer bien la tarea y consolidar los avances recientes. Si logramos cerrarle la puerta a la peor manifestación de la violencia, estaremos dándole un impulso definitivo a la paz. La que se construye con la concordia ciudadana.

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