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Miércoles 14 de enero 2015

Tres décadas esparciendo semillas

Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Tres décadas esparciendo semillas
Foto: Difusión


El domingo 13 de enero de 1985 fue publicado en el suplemento del desaparecido diario “Hoy” mi artículo intitulado “Saqueo en Paracas”. Era mi primera colaboración para un medio de circulación masivo y recuerdo aún los aprietos que enfrenté para elaborar este escrito, como también está presente en la retina de mis gratas remembranzas la inmensa emoción que sentí al ver mi nombre en el periódico.


El domingo 13 de enero de 1985 fue publicado en el suplemento del desaparecido diario “Hoy” mi artículo intitulado “Saqueo en Paracas”. Era mi primera colaboración para un medio de circulación masivo y recuerdo aún los aprietos que enfrenté para elaborar este escrito, como también está presente en la retina de mis gratas remembranzas la inmensa emoción que sentí al ver mi nombre en el periódico.

Allí describí con amplitud los luctuosos entretelones que vulneraban la intangibilidad de la Reserva Nacional de Paracas, el escenario natural más importante y sensible de nuestra franja costera, amenazada por la sobrexplotación de la concha de abanico. Una incalificable acción promovida ilegalmente -y con la abierta intención de favorecer a determinados grupos económicos- por los funcionarios del gobierno de la época.

De esta manera, incursioné en la actividad que mayor regocijo y realización me ocasiona. Significó el punto de partida de una ininterrumpida vocación en el ejercicio del periodismo de opinión que durante muchos años estuvo dedicada, con énfasis y exclusividad, al tratamiento de múltiples dilemas ambientales. Asimismo, coincidió con el comienzo de mi entusiasta participación en los asuntos ecológicos: una causa colectiva que asumí, a temprana edad, con perseverante empeño, altruismo e idealismo.

Una de las aseveraciones expuesta en ese texto y que, no obstante el tiempo transcurrido, sigue teniendo plena vigencia decía: “Esta reserva es sólo un ejemplo, aunque el más vergonzoso y grave, de la destrucción generalizada de la ecología y el medio ambiente en nuestro país. Por su fuera poco, las autoridades no han mostrado el más mínimo interés en la protección del medio ambiente que nos rodea y nos sustenta”.

Han pasado 30 años y, a pesar de lo que pudiera suponerse, gran parte de lo dicho en reiterados editoriales reflejan una problemática sobre la que todavía tenemos incontables argumentos que exponer a fin de generar espacios de análisis acerca de tan complicados conflictos medioambientales que, además, conllevan una incidencia en el factor humano inherente en las naciones del tercer mundo.

Arrojar semillas, sembrar inquietudes, aportar soluciones, motivar un cambio de actitud, incentivar debates, denunciar actuaciones sórdidas, llamar la atención sobre hechos lesivos, promover la difusión de valores, afirmar convicciones y dar a conocer mis antojadizos y subjetivos puntos de vista, han sido las inexcusables motivaciones para continuar -desde diversas tribunas cuyas puertas se han abierto- en esta tarea que me brinda la posibilidad de observar con espíritu censor sucesos de nuestra enrevesada realidad nacional. 

Habitar un país variopinto, multiétnico, convulsionado, atiborrado de singularidades y con una inocultable ausencia de cultura general, constituyen elementos estimulantes para echar simientes. Por esta razón, siempre vienen a mi memoria las palabras del genial intelectual José de Sousa Saramago: “Yo no escribo por amor, sino por desasosiego; escribo porque no me gusta el mundo donde estoy viviendo”.

Es una manifestación de disconformidad y sublevación frente a una comunidad lacerada por la indiferencia, la apatía, la mediocridad, el egoísmo transformado en un estilo de subsistencia, la falta de identidad corporativa, la escasa o nula habilidad crítica y, en consecuencia, una acentuada incapacidad para cuestionar un conjunto de comportamientos que bloquean nuestra cohesión social.

Esta aptitud llena mi supervivencia y me hace sentir apto para ofrecer mi modesta entrega al bien común. Escribo para compartir con quienes integran mi cercano entorno. Es una expresión simbólica e inconsciente de mis afectos. Como pocas veces coincido con las declaraciones del inmortal literato Gabriel García Márquez: “Yo escribo para que mis amigos me quieran más”.

Es un modo de descubrir la vida y enriquecer mi espíritu. Constituye una manera de seguir creyendo en la posibilidad que, más temprano que tarde, estas contribuciones sensibilicen, conmuevan y despierten ilusiones. Mis alumnos integran un fantástico e inagotable caudal de inquietudes y, además, me complace sobremanera hacerlos partícipes de mis artículos.

Cada apunte presentado con elevada dosis de agudeza, ironía y profundidad es el resultado de lecturas, vacilaciones, deliberaciones y, especialmente, de mis deseos de ofrecer conocimientos, impulsar pensamientos y reorientar conductas. Los acontecimientos cotidianos son un océano riquísimo de trabajo e inspiración.

En los últimos tiempos he orientado mi creatividad hacia originales temas: etiqueta social, imagen personal, reflexión, autoayuda, cultura y la semblanza de personajes que despiertan mi admiración. Pretendo que cada escrito sea mejor que el anterior, pero no superior al que todavía tengo en mente preparar. Así renuevo mis entusiasmos y me comprometo con mis obsesionadas pretensiones perfeccionistas.

Estas líneas serían inconclusas si omitiera agradecer a quienes durante tantos años me han ayudado con sus correcciones, comentarios y precisas orientaciones: Hernán Zegarra Obando, añorado periodista que acogió mi primer artículo, le dio forma y facilitó mi acceso a las páginas editoriales; mis recordados maestros y amigos Felipe Benavides Barreda y Augusto Dammert León, con quienes compartí, desde muy joven, mi inclinación por la conservación del patrimonio ambiental y, por último, un efusivo reconocimiento a mi noble amiga Denis Merino Perea, cuyo rol es determinante, oportuno y generoso. Tiene la paciencia de auxiliarme en la selección de los títulos adecuados para mis notas.

Estos afanes me acompañarán invariablemente y ratifican mi identidad con ese Perú -como aseveró el notable indigenista José María Arguedas: “hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”- que debemos todos coadyuvar a cambiar con la finalidad de forjar un lugar en donde aprendamos a convivir y vislumbrar con esperanza nuestro porvenir y, por lo tanto, el destino de los hombres y mujeres del mañana.

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/

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