Los berrinches son propios de los niños. Las pataletas con que –algunos- suelen reaccionar frente a circunstancias que no les favorecen, generan esos espectáculos que avergüenzan o enfurecen a los padres.
Corregir esto, a veces con alguna dosis necesaria de severidad, es una obligación insustituible en la crianza familiar y que casi siempre la escuela apenas puede mejorar o corregir. Estos son los momentos en que un niño debe empezar a entender que existe la NOCIÓN DE LOS LÍMITES, que no es posible –ni justo ni tolerable- hacer lo que les dé la gana. Es decir, nuestra libertad no es absoluta ni ilimitada.
Llegada la adolescencia este proceso permite a las personas aprender a evaluar sus actos. Es el tránsito de la moral heterónoma a la moral autónoma. Tener claros cuáles son los límites [de preferencia sin necesidad de que alguien amenace con castigar si no se cumplen] es necesario en una sociedad propicia para la libertad.
Ese respeto a los límites es un valor muy escaso en estos días llenos de despropósitos, berrinches y escándalos. Se evidencia en situaciones tan diversas como disímiles. Ocurre tanto en la incontinencia verbal o textual de algunos Ministros de Estado como en la calificación ligera sobre cualquier persona, político o no. Ocurre cuando la gente desparrama la basura por la calle o cuando se toman carreteras por motivos totalmente ajenos al viajero perjudicado. Y una lista interminable de comportamientos cotidianos en casi todos los estratos públicos y privados de nuestro país.
“Aprende a gobernarte a ti mismo antes de gobernar a los otros” dijo Solón de Atenas hace 2,500 años. Tal vez es hora de hacerle caso.