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Viernes 30 de enero 2015

¿Adónde va Ollanta Humala?

Por: María del Pilar Tello
¿Adónde va Ollanta Humala?
Foto: Difusión


La pregunta tiene que ver con el destino del régimen y con el de la democracia. El gobierno está casi contra las cuerdas y lo peor es que parecen no darse cuenta. Creen que están en el mejor de los mundos apostando al estilo castrense de no dialogar e imponer verticalmente mandatos, designios u órdenes a ser acatados sin dudas ni murmuraciones. Ollanta Humala se equivoca, no está en un cuartel, sus huestes no son soldados. Se dirige a ciudadanos que lo eligieron con esperanzas de cambio y hoy lo confrontan con desconcierto o indignación. Acaba de sufrir una derrota política de proporciones ante jóvenes que por miles en las calles han hecho retroceder una Ley que personalmente se empeñó en defender.

La crisis encuentra a un Presidente en acelerada deslegitimación y a una Primera Ministra que logró la investidura raspando, con el voto dirimente de la Presidenta del Congreso, sin haber mostrado autoridad con ministros como Urresti, Figallo, Cateriano, Omonte y Mayorga, que debieron irse hace tiempo y no lo han hecho. Es decir Ana Jara, escudera máxima de Ollanta y de Nadine, preside un gabinete desgastado de un gobierno aún más desgastado. Por eso no funcionan los respaldos presidenciales cuando el barco hace agua. Y en esta tesitura cómo entender la convocatoria de Jara al diálogo con fuerzas políticas que son una y otra vez blancos de ataques de su Ministro del Interior o de las pullas del Presidente de la República. ¿Así asumen la necesidad de charla o de acuerdo? Por ningún lado se ve vocación ni actitud ni voluntad de consensos. Nunca es tarde pero tal como están las cosas todo está servido para el rechazo que efectivamente se está dando.

Si el diálogo aparece inviable o imposible es porque alguien lo quiere así. ¿Porqué forzar la situación? ¿A quién o quiénes favorecen los extremos que se están alcanzando? Toca al mismo Presidente tomar el teléfono -con urgencia y buenas maneras- para llamar al dialogo y ofrecer un gabinete de ancha base. Las premisas son: un interlocutor unitario sin facciones ni divisiones internas y una autoridad única para nada bifronte. Y del otro lado una oposición que olvide que ha sido sistemáticamente atacada y vigilada, que pensando en el país acepte participar en torno a un programa mínimo para superar la crisis de gobernabilidad que va hacia más. Si el gobierno persiste en su terquedad y soberbia suicidas, en el Ejecutivo se exacerbarán los temores y las facciones y en el Legislativo se advertirá a quienes quieren abandonar el barco que es el momento de ubicar otro partidor. Mientras ello sucede la democracia se estaría yendo por el despeñadero.

 

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