Es el 2021 el año referente de estos tiempos. En él se conmemorarán doscientos años de nuestra independencia y en su homenaje se han adelantado propuestas y acontecimientos. Entre ellos el CEPLAN tiene el “Plan Bicentenario” y el Consejo Nacional de Educación ha propuesto el “Proyecto Educativo Nacional al 2021”. Para entonces se tendrán que evaluar los resultados obtenidos. Además ese año será el “puente” entre dos quinquenios gubernativos: el que termina (2016-2021) y el que se inicie (2021-2026). Y sólo faltan seis años.
Es muy difícil hacer presagios sobre el futuro de la regionalización en el Perú. Por tanto los planes de desarrollo de las actualmente llamadas “regiones” debieran buscar horizontes temporales de impacto simbólico y emocional. El más significativo es –en el caso de Tacna- la conmemoración del primer centenario de su reincorporación al Perú: el año 2029.
Comparto la idea de quienes proponen – en un audaz ejercicio prospectivo- que alcanzaríamos mejores resultados si miráramos los retos de hoy desde el futuro, desde lo que todavía no somos pero quisiéramos ser. Cuando –como ahora- nos comparamos sólo con el ayer, seguramente vamos a mejorar algo, casi inercialmente. Pero el “gran salto” sólo se podrá dar si miramos adelante, si IMAGINAMOS con realismo lo que podríamos ser y sin perder los valores que juzguemos irrenunciables.
Lo que a nuestro juicio sucede es que el 2029 puede ser ese hito soñado. Y que hay dos metas por alcanzar: (1) superarnos a nosotros mismos muy rápidamente y (2) estar insertos en un mundo en el que merecemos un sitio, un buen sitio. No olvidemos que las grandes conquistas demandan esfuerzo, organización, talento. Y un poco de suerte.