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Martes 07 de abril 2015

Vargas Llosa y García Márquez contra el periodismo superficial

Por: César Sánchez Olivencia (*)
Vargas Llosa y García Márquez contra el  periodismo superficial
Foto: CNN

 

Mario Vargas Llosa aún se considera periodista. “Escribo en periódicos. Y a veces aún hago periodismo de calle. Fue además una fuente maravillosa de temas, de personajes. No sé qué porcentaje, casi la mitad de las cosas que he escrito provienen de mis tiempos de periodista”. Vargas Llosa respondió así a la pregunta “¿Aún se considera periodista?” en el diario español El País.

Quizás este párrafo no es apropiado para que este crítico literario inicie una historia sobre Gabriel García Márquez en relación con el periodismo audiovisual. Aunque, lejos de sus disputas emocionales, la verdad es que tanto Vargas Llosa como García Márquez se hicieron y se desarrollaron en el periodismo. Y también critican -cada uno con su propio estilo- al periodismo superficial de los medios audiovisuales.

Consultado sobre el tema por la periodista Cecilia Rodríguez, hace más de un año, Vargas Llosa se mostró desconfiado del libro digital y de la lectura en pantallas. “La pantalla tiende a superficializar y banalizar el contenido. Esa es la explicación por la que la televisión no produce obras maestras. Las novelas de la televisión son muy divertidas, pero son solo novelas de entretenimiento”, dijo.

Opina el Nobel hispano-peruano que los libros digitales o para pantallas (como el iPad o Kindle) podrían ser “muy banales y superficiales”. Los libros de papel, para Vargas Llosa, seguirán cumpliendo una función múltiple y profunda si coexisten con los libros digitales: “Mi esperanza es que coexistan en el futuro los libros de papel y los libros digitales”.

“Si la literatura del futuro llega a ser principalmente una literatura de pantallas, una de las consecuencias negativas para la sociedad puede ser el aumento del conformismo y dar al poder unos instrumentos de manipulación extraordinarios que hasta ahora el papel ha resistido”. Temo que si se produce una batalla a muerte entre los libros digitales y los libros de papel, estos últimos queden arrinconados, pasen a las catacumbas”, lamentó el autor de “Conversación en la catedral”.

Por su parte, García Márquez compartió su vocación literaria con su pasión por el periodismo. Consideraba que muchos periodistas se fanatizan con la tecnología de las comunicaciones. Con el propósito de rescatar los valores del ejercicio periodístico fundó talleres experimentales e itinerantes (Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano). En recuerdo de su fallecimiento, -el genial novelista murió el 17 de abril de 2014- aquí algunos párrafos de su Discurso ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), el 7 de octubre de 1996 (…)

El discurso de García Márquez

“La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial.

Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante (…)

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos (…)

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal.

Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar.

Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite -como un loro digital- pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis.
Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón (…)

Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica -reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras- bajo la dirección de un veterano del oficio.

En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado -que escasas veces puede ser de más de una semana-, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve” (…).

El juicio literario

Si es lícito formular comparaciones, -sin haber transcurrido el tiempo necesario para la depuración histórica- este crítico literario puede afirmar que la concepción periodística del autor de “Cien años de soledad”, se acerca más a John Dos Passos (Manhatthan Transfer), Norman Mailer,(Un sueño americano), Truman Capote (A sangre fría) y Ernest Hemingway (Adiós a las armas).

La pasión de García Márquez por el periodismo fue indesmayable. Repetidas veces mencionó que le sirvió como una herramienta para “no perder contacto con la realidad”. A petición de Álvaro Mutis en 1954 García Márquez regresó a Bogotá a trabajar en El Espectador como reportero y crítico de cine. Un año después, publicó en el mismo diario, Relato de un náufrago, una serie de catorce crónicas sobre el naufragio del destructor A. R. C. Caldas.

El joven García Márquez comenzó su carrera como periodista mientras estudiaba derecho en la universidad. Entre 1948 y 1949 escribió para el diario El Universal de Cartagena. Desde 1950 hasta 1952, escribió una columna con el nombre de “Septimus” para el periódico local El Heraldo de Barranquilla. Durante este tiempo se convirtió en un miembro activo del grupo informal de escritores y periodistas conocidos como el Grupo de Barranquilla, una asociación que fue una gran motivación e inspiración para su carrera literaria.

En esencia, el periodismo y la literatura comparten aspectos en común. De acuerdo con Martín Vivaldi: "El literato, el artista creador, puede deformar la realidad exagerándola (en toda creación hay hipérbole)". La creación periodística se dedica a transmitir un conocimiento integral, informativo, educativo y de entretenimiento. El periodismo, aún el más profundo y cuestionador, tiene que someterse a la realidad con la mayor honradez y objetividad. "La literatura, la creación literaria, es un lujo, el periodismo es una necesidad", subraya Vivaldi.

Se puede afirmar que García Márquez está enrolado en las dos profesiones: escritor–periodista o periodista–escritor, como dijo el periodista y escritor Jorge Marín. Por mi parte, podría resumirlo en creador literario, porque si aceptamos estas categorías de análisis, el periodismo es también literatura. No es el hermano menor de la literatura. La verdad es que García Márquez fue un gran periodista de la literatura y un gran literato del periodismo. Vargas Llosa también tiene la misma filiación. Por supuesto que entre los dos existen diferencias y aproximaciones.

(*) Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español-REMES.
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