La extensa gira por Latinoamérica que acaba de llevar a cabo el primer ministro, Li Keqiang, muestra hasta qué punto China se ha volcado en un área mundial de gran potencial de crecimiento y, a la vez, cómo el hemisferio americano ha virado definitivamente hacia el Pacífico y observa al gigante asiático no ya como un socio comercial, sino como uno de los principales impulsores de su desarrollo.
Los números del intercambio comercial entre China y Latinoamérica muestran una progresión espectacular. El comercio se ha multiplicado por 20 desde 2000, la inversión ya supera los 100.000 millones de dólares y ahora Pekín ha anunciado que durante la próxima década invertirá otros 250.000 millones.
No se trata únicamente de un asunto de contabilidad (España, que durante años ha sido uno de los dos principales inversores extranjeros en Latinoamérica, tenía en 2013 una inversión en la región de alrededor de 115.000 millones). Las cifras no son más que un indicio de la influencia político-estratégica por la que ha apostado China en lo que EE UU, desde el siglo XIX, ha considerado su patio trasero, y España su área de natural de expansión económica y cultural. Pekín irrumpe ahora con la fuerza de su economía y la iniciativa de ambiciosos proyectos como otro canal interoceánico o una ruta terrestre que conecte Atlántico y Pacífico por Perú, Bolivia y Brasil. El siglo XXI se configura como el siglo del Pacífico; y China, como un actor esencial.