Matrimonio homosexual: la lección irlandesa

Lo impensable a veces sucede. Irlanda, donde la iglesia católica ha impuesto durante mucho tiempo la ley en materia de costumbres, aprobó por amplia mayoría el viernes 22 de mayo el matrimonio homosexual. Por referéndum, 62 por ciento de los electores adoptaron una reforma constitucional según la cual “el matrimonio puede ser contraído conforme a ley por dos personas sin distinción de sexo”. Es la primera vez en el mundo que el principio de igualdad en el matrimonio es aprobado a través del voto popular.

Ahí, donde la muy laica Francia se desgarró durante meses entre 2012 y 2013, la República de Irlanda, país surgido de una guerra civil, donde el 84 por ciento de los ciudadanos se definen como católicos, ha debatido serenamente y decidido sin ambigüedad. Si el referéndum de Irlanda es una victoria para empezar para el principio universal de igualdad y los homosexuales irlandeses, susceptibles de purgar prisión hasta 1993, constituye también una lección para Francia y un revés histórico para la iglesia.

Contrariamente a lo sucedido en Francia, donde la derecha explotó en las calles el malestar imperante en ciertos medios y el rechazo de la reforma por el episcopado, la totalidad de los partidos políticos irlandeses llamaron a votar por el Sí. “Hemos mostrado que somos generosos, caritativos, intrépidos y felices”, dijo exultante el primer ministro Enda Kenny, quien repitió que la igualdad de los ciudadanos era lo único que estuvo en juego en la votación. Sale de esta campaña políticamente reforzado.

La aprobación del matrimonio gay se impuso incluso en las circunscripciones rurales que hace 20 años, en 1995, votaron contra la legalización del divorcio cuando esta fue aprobada in extremis en el referéndum entonces convocado. Es cierto que el talante de esta campaña electoral, definido por la “salida del closet” de varias personalidades políticas y conmovedores testimonios de familiares y amigos de homosexuales, incluido el de la ex presidente de la República, la muy católica Mary AcAleese, ha influido en el corazón y razón de los irlandeses.

Para la iglesia católica, el golpe es duro y amargo. Consciente que se convertiría en centro del ataque si salía al frente, hizo campaña por intermedio de asociaciones que trataron de alertar sobre los riesgos para los niños, deslizamiento hacia la gestación por parte de otra persona y desnaturalización del matrimonio. Pero los irlandeses han confirmado que si bien continúan adhiriendo a sus creencias religiosas, no aceptan más que los curas impongan la ley en la intimidad de sus camas.

La iglesia, ampliamente desacreditada por los escándalos de pedofilia a gran escala, ha sin duda perdido su última ocasión para reconectar con una juventud para la que el Sí era algo evidente. Si la adopción de uno de los países más católicos de Europa del principio de la igualdad ante el matrimonio constituye sin duda la “revolución social” a la que se refirió el arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, la noche del referéndum, hay que felicitarse.

Irlanda, que se recupera, en medio del sufrimiento, de la crisis financiera que la condujo al borde la bancarrota, viene de dar a su juventud, minada por el paro y la emigración, una prueba del dinamismo y la confianza que tanto bien hace en Europa. Sobre la base de este espectacular resultado, se espera que los irlandeses se decidan al fin legalizar el aborto; hasta ahora solo autorizado en caso de peligro para la vida de la mujer. Un derecho negado que obliga a 4 mil mujeres cada año a ir al Reino Unido.

Traducido del francés por Generaccion.com