Ellos no tienen la culpa

Dentro de poco –si no ahora mismo- sólo algunos o nadie se acordarán de los niños que se inyectaron petróleo para tener los músculos de sus “ídolos”. Sí, sus “ídolos”. Unos paquetes humanos puestos en el escaparate de la TV nacional, que por allí llaman “realities” y que no son otra cosa que el morbo elevado a la condición de espectáculo. Espero que a nadie se le pueda ocurrir que eso tiene algo de cultural.

Con este suceso se ponen en juego temas de gran importancia ciudadana: la libertad, la educación, la ética, la cultura y el rol social del Estado, por lo menos. Se esgrime el argumento de que “la gente es libre de escoger” lo que mira. Y la “gente” (categoría casi indefinible) mira lo que más le atrae según su propia noción de lo que es interesante, entretenido y hasta útil. Por ver las cosas así, muchas personas se encuentran en Lurigancho, Piedras Gordas, Santa Mónica o Challapalca.

Si nadie va a intervenir –especialmente el Estado- para pactar (no digo imponer) los criterios que movilicen estas “ingeniosas” creaciones o la compra de franquicias junto a los límites por respetar, entonces estamos a un paso del “sálvese quien pueda”.

Aquellos chicos cusqueños se han inyectado un veneno y una infección generalizada los ha puesto al borde de la muerte. Para una inmensa cantidad de opinantes, es la madre la gran responsable del suceso y de “tener hijos estúpidos”. Hay otros –lamentablemente miles entre adultos, jóvenes y niños- que se inoculan basura en el cerebro casi todos los días. Claro que no se mueren, pero vaya usted a saber qué decisiones toman en sus vidas.