Ahora que pasó la euforia del Día del Maestro, quisiera saludar uno por uno y calmadamente a quienes aprecio, pero debo privilegiar aquí a quienes marcaron los extremos vitales y espirituales de mi existencia personal y profesional, los que me enseñaron un camino que volvería a recorrer: mi profesora de primer grado y el Director de mi colegio.
Carmencita Nieto Dávila vive en mi tierra. Marcó mi infancia pues me orientó con dulzura a ser curioso y feliz. Me enseñó a jugar, leer y cantar. Enjugó mis lágrimas y me ayudó a ponerme en pie por los porrazos del recreo, que luego la vida repite pero ya sabes qué hay que hacer. Creyó en mí. Y en los momentos de triunfo que también existen, me puso el mensajito de serenidad que me hacía falta. Señorita Carmen: usted sabe cuánto le agradezco.
Comenzando los años ’70 hubo una carta pública protestando porque no se mejoraban los sueldos de los maestros. La firmaba el P. Fred Green Fernández y todos los docentes del colegio jesuita tacneño “Cristo Rey”. Lo respaldamos los profesores sindicalizados –antes del SUTEP- y esto vinculó nuestras existencias. Yo entonces era dirigente sindical. Luego vino una huelga grande y ejemplar en todo el Perú.
Lo inesperado fue que aquel sacerdote me invitara a trabajar a su lado al año siguiente. Fui a prisión por ser dirigente nacional y Fred ayudó no sólo a conseguir mi libertad, sino que me renovó su confianza. Dios sabe cuánto aprendí once años a su lado, qué sentido nuevo tuvo la vida y la docencia, qué compromiso con los demás. Fred, Maestro y amigo, todavía quiero ser quien usted necesita.