Se acaba el mes de la patria pero la Patria continúa mientras se la busca, se la interpreta, se la rescata, se la crea. Nuestro Perú sigue siendo un anhelo y un reto a la vez.
Cuando nos asalta el desencanto de los hechos cotidianos, llenos de frivolidades por un lado e inseguridad por el otro, cuando no de improvisaciones y corruptelas, viene a la memoria uno de los títulos cimeros de Luis Alberto Sánchez: “Perú: retrato de un país adolescente”. LAS, como otros grandes del pensamiento peruano, buscaron entender nuestro país desde los hallazgos de sus respectivos tiempos y la propuesta de posibles rutas hacia el porvenir. LAS escribió su libro en el destierro, entre 1948 y 1956 y fue publicado dos años después, cuando el país albergaba diez millones de habitantes.
En sus primeras páginas se puede leer: “para mí (el Perú) es un país paradójico, donde coexisten anacrónicamente todos los estados –o estadios- sociales, todos los paisajes, todas las estructuras, todas las pasiones y casi todas las ideas.”
Ciertamente no somos el país adolescente de LAS, aunque subsista una inmadurez que no hemos logrado superar. Con seguridad no todo tiempo pasado fue mejor, pero nuestro tiempo futuro parece estar entregado al albur. Si nuestra diversidad no la usamos como una oportunidad y es sólo fuente de conflictos, vamos mal. Si no damos batalla porque la honestidad y la eficiencia triunfen sobre la inmoralidad y la medianía, fracasaremos. Si creemos que competitividad es lo mismo que egoísmo o si no aprendemos a concertar, será menos auspiciosa nuestra maduración. Aquella frase “el futuro nos debe una victoria” mereciera reemplazarse por “el futuro exige nuestra victoria”.