Los que venimos del mundo de la educación y no de la sociología vemos, atónitos, cómo las cosas que deberían ser inusuales, anormales, proscritas, han venido a ocupar tanto protagonismo. Resulta imposible observar sin sobresaltos que los vecinos practiquen la campaña “chapa tu choro”, y que la policía llegue tarde y solo para salvar al choro.
Busco hacer el deslinde entre educación y sociología porque mucha gente sigue pensando que (casi) todo lo que ocurre en nuestra sociedad “es culpa de la mala educación”. Tienen algo de razón, pero debe agregarse que la educación es parte de algo bastante más complejo que forma parte de un sistema de interrelaciones sociales.
Es aquí donde recuerdo que hace tiempo ronda entre nosotros un concepto tal vez poco advertido y bastante peligroso: la anomia. Esa falta de capacidad que como estructura social tenemos para proveer y respetar instrumentos necesarios con que alcanzar metas deseables. Casi sin Estado, nos vemos librados no sólo a lo que ya existía -informalidad, inmoralidad, desconfianza, corrupción, desorden-, sino que aumentan las variedades e intensidades de esas expresiones anómicas que no se logran controlar: violencia urbana, delincuencia o sicariato, y más.
La paradoja es que nunca estuvimos más cerca de dar un salto cualitativo para ser un país creativo, laborioso, tenaz y con recursos que otros pueblos desearían poseer. Ése país es todavía nuestra meta. Que no se pierda la ilusión. Por favor, no toleremos jamás que alguien nos diga: ése no es tu problema. Todo lo que pasa en el Perú es nuestro problema.