Las apreciaciones agudas de un analista político respetable como Carlos Meléndez, expresadas en una entrevista de estos días, ayudan a identificar rasgos de la actualidad que merecen tenerse en cuenta. Meléndez es un pensador joven, respetuoso y respetable. Agregaría yo que muy bien intencionado, positivo, distinto.
Con ese mismo respeto que tengo por él, creo que Carlos pone en un mismo casillero las trayectorias de los “líderes” (bien entre comillas) como si fueran todos iguales. Aún deslizar la idea de que “son oportunistas” tras el poder (por la debilidad de la democracia partidaria interna) debe ser más una mala síntesis periodística que un juicio bien meditado.
La mejor defensa a esa diferencia que yo reclamo se da a lo largo de la opinión del propio entrevistado. Cuando se refiere a un precandidato presidencial (hoy Gobernador renunciante de La Libertad) Meléndez dice, aludiendo a su “liderazgo”, que “tiene dinero y una organización privada que funciona como sustituto de partido”. Y agrega que “más que un grupo de leales, hay una dependencia contractual, (…) tiene empleados, no militantes”.
Éste personaje (y otros parecidos) son los que, a falta de propuestas rectoras para un país y que enrumben nuestras vidas, han abierto “franquicias” políticas en lugar de partidos.
Son tan magras sus posibilidades que no merecerían ni estas líneas. Pero conviene emplearlas para no darle sitio al error de creer que todos son iguales. Una cosa es la historia colectiva casi épica de quienes siguen un ideal frente a los que reciben (o esperan) un sueldo del patrón.
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