Tal vez sean éstos los días más alucinantes y vertiginosos del gobierno humalista, envuelto en las trapisondas de sus desvaríos y desplantes principescos. La destitución de la muy temida procuradora de lavado de activos, Julia Príncipe, precedida por la piadosa presentación del gabinete que encabeza Pedro Cateriano, fue parte de la “mise-en-scène” que ha desembocado temporalmente en el sacrificio del Ministro de Justicia, cuya censura era ya inevitable. Peor imposible.
Pero algo no ocurre y debería ocurrir. O quizás no debiera ocurrir para confirmar cómo la frivolidad puede más que la decencia. Es conocida de antiguo la vinculación existente entre el ministro Cateriano y Mario Vargas Llosa. Es obligatorio considerar que el ejercicio ministerial hace evidente el aval político de nuestro inefable Nobel que- podría suponerse- existe tanto cuanto Cateriano sea ministro. Ergo: la decisión de “castigar la inconducta” de la procuradora es también de Cateriano.
Entonces, ¿cuál es la opinión del señor Vargas Llosa? ¿Avala él también lo que está sucediendo con la doctora Príncipe? Así como ha sido tan severo y cáustico en señalar que él no quisiera que el Perú tenga que elegir entre la dictadura y la corrupción –calificando así las candidaturas de Keiko Fujimori y Alan García- ¿no tiene problema alguno con la prepotencia ejercida y el ocultamiento vergonzante que está detrás de este triste escándalo? O tal vez –pudiera ser- no es un escándalo sino un modelo de ejemplar gobierno.
¿Dónde habrá quedado la probidad que se exige a los demás? Diga usted, señor Marqués.