Formar hombres libres

Los sangrientos sucesos de Francia nos fuerzan a indispensables reflexiones. Entre ellas proviene la de un profesor destacado como Juan Borea, gracias a las cuales podemos acercarnos a entender la esencia de esa conducta humana denominada “fundamentalismo”.

Triste e indeseable opción la de los fundamentalistas. Carentes de raciocinio libre para enfrentar las dificultades de la convivencia humana, se guarecen en la interpretación literal de textos, ya sean religiosos o políticos, para “resolver” situaciones que son incapaces de manejar o tranzar. En consecuencia, cancelan por la violencia aquello en que no lograr persuadir.

Nos debieran bastar las dolorosas muestras de lo que pasa en otros continentes –como antes ocurrió en casa con el terrorismo senderista- para aferrarnos firmemente a la tarea de formar hombres libres, en cuyo centro se encuentre el ejercicio del diálogo, la capacidad para expresar ideas propias, la disposición permanente a respetar la discrepancia, el entrenamiento en la búsqueda de razonables consensos.

Ojalá fuera ésta la tarea permanente de la praxis educativa: que aprendamos a conversar. Conversar no es perder el tiempo. De muy poco serviría acumular información y aún la obtención de competencias, si ellas no vienen nutridas de raciocinios, de preguntas, de dudas, de inquietudes en torno a por qué se hacen las cosas.

En la centralidad de nuestra existencia humana se encuentra el reto de resolver los problemas o las incertidumbres que nos son inherentes. Por tanto, en la capacidad de salir airosos de ellos se evidencia nuestra libertad.