Perdonen la insistencia, pero a cada momento me convenzo más que no sabemos conversar. Naturalmente no se trata de un problema de “buenos modales”. Se trata de un aprendizaje que normalmente pasa como obvio pues se deduce que quien sabe hablar, sabe conversar. Y no es así.
En el hogar poco se aprende a dialogar, porque aún subsiste la idea de que los chicos “no deben meterse en conversación de adultos” o porque simplemente ya no hay almuerzo ni sobremesa y vivimos la dictadura de los smartphone y las tablet y la TV. La escuela hace tanto o menos pues hay que “aprender” cosas y no perder el tiempo, y quizás los profesores no somos hábiles en el arte del diálogo y el acuerdo. Por eso reitero cuán bueno sería que “aprendiéramos a conversar”.
Nos entrenaría, desde niños, a expresar nuestras ideas y evolucionar con ellas. Nos enseñaría a escuchar a los demás pues ellos también tienen las suyas. Por añadidura nos prepararía a tolerar los pensamientos que no concuerdan con los nuestros y entenderíamos mejor las discrepancias: no se pierde la amistad por opinar distinto. Así será más fácil construir las coincidencias, saliendo rápido de los atolladeros intrascendentes para conseguir algo muy difícil en el Perú: saber ponernos de acuerdo.
Creyendo en el diálogo decía Sócrates, “habla para que yo te conozca”. El sabio aforismo de Ramiro Prialé, “conversar no es pactar”, ha sido aún insuficiente para nuestra pedagogía política. “Conversar para tomar decisiones” interpretaría el Acuerdo Nacional. Y seguramente Edgar Morin podría agregar, “conversar es comprender”. Fiat lux.