Con gran desenvoltura Luis Iberico, presidente del Congreso, afirma que las universidades del candidato César Acuña son empresas privadas -como las hay muchas y en diferentes rubros-, y que sus utilidades las puede utilizar como mejor le parezca. Es decir, las tres universidades de las que es propietario son instituciones con fines de lucro por lo que, se supone, deben pagar impuestos en tanto generan utilidades.
Eso podría parecer suficiente, aunque provoca elaborar algunas reflexiones. La primera es tener curiosidad sobre la certidumbre del pago del impuesto a la renta. Ojalá lo haga. Hay antecedentes de incumplimiento que acompañan la trayectoria de este señor.
El desenfado con que el protagonista de la “raza distinta” utiliza el avisaje de la universidad César Vallejo es la segunda. Que eso “no es propaganda política” es un sarcasmo que ofende, digno de “Pepe el vivo”, símbolo de los antivalores que aún campean entre nosotros.
Resulta muy conveniente preguntarse, en consecuencia, qué diferencia encontrará el candidato presidencial entre vender muebles, dispensar abarrotes, confeccionar camisas o preparar mazamorra morada y dirigir una universidad -calificando profesionales, no objetos-. ¿Cómo establecerá el margen de ganancia? ¿Cuál es su control de calidad?
Y finalmente, por usar el lema “la educación es lo primero” se esperaría conocer los logros académicos que a la vez argumenten y conciten credibilidad en quien los enarbola. Pero no, lo que prestigia su trayectoria no son sus triunfos académico sino sus ganancias empresariales. Ojo con los “pies de barro”.