Los buenos resultados

Vivimos los tiempos en que se valoran los resultados. La experiencia ha ido mostrando que las intenciones no son suficientes y que lo planificado sólo es satisfactorio cuando se logran resultados previstos. Es lógico que se planifique para eso.

Sin embargo, una idolatría por los resultados puede conducir a una confusión peligrosa, según la cual los resultados concretos desplazan cualquier otro logro, especialmente si ese otro no es fácilmente medible. Este embrollo se produce cuando se cree, acríticamente, que los procesos sociales deben ponerse en manos de Técnicos antes que Políticos.

Como educador me pregunto si –mirando sólo resultados- lo que nos debe interesar es que los estudiantes obtengan buenas notas, nada más. ¿Eso es todo lo que importa? Por supuesto que no. El proceso educativo es mucho más que notas: es formar personas. Un 15 “no expresa lo mismo” –aunque valga igual- entre un chico que tiene todo en casa frente a otro que sólo tiene carencias por todos lados. Por ello el buen docente es más que un “tecnólogo de la educación”, pues el resultado cualitativo importa tanto o más que el cuantitativo. Atiéndase lo que el gran Gandhi decía: “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

La política es resultados -claro que sí- pero algo más que eso, como la educación. Es inspirar en la sociedad un sentido como colectividad, un “vamos juntos” hacia algo. Los tecnócratas se expresan en cifras esperadas; los improvisados en “ya veremos”; los líderes verdaderos proponen caminos y destinos.