Vivimos estos días una especie de “terrorismo moral”. Cada que se conocen otras novedades es como si reventaran “bombas” que no vuelan coches ni edificios ni matan personas, pero sí destrozan honras e ilusiones.
El protagonista casi siempre es el mismo aunque parece que él ni cuenta se diera. ¿Es ésta una historia de la que podamos recoger lecciones provechosas? ¿Cuándo comenzó toda esta cadena de engaños, adulteraciones, usurpaciones y derroches? ¿Con qué propósito? Cuesta creer que el ideal de vida en ciertas personas sea el poder por el poder mismo, la acumulación de riquezas, honores y méritos aunque no sean genuinos. Y como natural consecuencia, la propuesta política que encabeza (hay que llamarla de alguna manera) carece de ese élan vital que suele caracterizar a las causas verdaderamente diferentes, singulares, novedosas. Muy por el contrario, está tan llena de lugares comunes que ni siquiera en boca de su líder –o quizás por ello mismo- adquieren algún brillo, ya sea por lo que significan intrínsecamente o por la forma en que se trasmiten.
Este desmadre moral y conceptual que estamos viendo, en vez de llevar la política por los amplios parques del pensamiento, la conduce tristemente por las alcantarillas. Ahora robar es casi legítimo; y ay de aquel que no se deje robar. Incapaces de justificar –porque es imposible- corresponde amenazar. Hasta figuras insignes como la de Martin Luther King ha sido utilizada y revolcada en este estercolero. Mientras miran, enmudecidos, los que alguna vez tuvieron dignidad.
Solo consuela saber que todo Abimael tiene su GEIN.