Cuando se habla de “música clásica”, en general, hay una tendencia a asociarla con épocas remotas, palacios deslumbrantes o lánguidas piezas de ballet. Esa asociación nos lleva a los grandes músicos de todos los tiempos: Bela Bartók, Wagner, Verdi, Brahms, Stravinski, Debussy, Schubert, Mozart, Beethoven, Bach. Es tan lejana que el más reciente de ellos (Bartók) falleció en 1945.
Mucho tiempo después y muy lejos de la llamada “música clásica”, el gran director francés Paul Mauriat regaló al mundo “L’amour est bleu” (1968). De ese modo las melodías ejecutadas por grandes orquestas fueron alcanzando un lugar distinto en el gusto popular. Luego un suceso muy singular ocurrió hacia 1981, cuando Louis Clark dirigió The Royal Philarmonic Orchestra y grabó el disco “Hooked on Classics”, que luego se prolongó en una serie. Fue un conjunto de “arreglos musicales” en los que se podía reconocer extractos de diversas melodías de música clásica. Entre ellas la ejecución rítmica y feliz de la Sinfonía Nº 40 de Mozart. De nuevo fue Mauriat quien más tarde, con “Classics in the Air” (1985), consolidaba este formidable encuentro.
Ahora se afirma que la música del cine es la música clásica contemporánea. Nadie podría negar la belleza musical de “El puente sobre el río Kwai”, “El álamo”, “La pantera rosa”, “El padrino”, “Star wars”, “Titanic”, “El guardaespaldas” o “La invención de Hugo”.
Reservo la mención final no a un título sino a toda la producción de Ennio Morricone. ¿Cómo olvidar al autor de “Lo bueno, lo malo y lo feo”. Esperamos sea el ganador del Oscar que se avecina.