En verdad no me interesa ser parte de los cargamontones, especialmente porque veo en ellos la debilidad de quienes los promueven. Equivale a prestigiarme no por mis méritos sino por tus defectos. Dicho de otro modo: debo demostrar que tú vales menos. Por eso me importan poco los “No a Keiko” ni esas matonerías de “no vamos a permitir que…”. Los votos en mayoría son los que eligen y permiten lo que esa mayoría autorice.
Lo que sí me interesa es encontrar sentido a los argumentos que se emplean para defender la candidatura de Keiko Fujimori. Una cosa es que nadie discuta su derecho a postular y otra cosa muy distinta es identificar y reconocer en su persona los atributos –repito: los atributos- como para conducir nuestra nación.
Y allí está el quid del asunto. Aunque muy pocos de sus seguidores tengan el coraje de reconocerlo, su principal atributo es ser hija de su padre, con el agregado de verlo viejo y enfermo. Por tanto detrás de su parcial éxito político hay un reconocimiento a algo que ella no ha construido sino que ha heredado, para bien y para mal. Tanto que a casi nadie le interesa cómo deberían llamarse los prosélitos del Frente Popular. ¿Serán “frentistas” o “efepistas”? No hay otra forma para reconocerlos que como “fujimoristas”, es decir un patronímico (de familias) y no un gentilicio (de naciones y organizaciones).
La señora Fujimori, de mediocre accionar parlamentario, podrá decir y firmar lo que quiera, pero las razones por las que se la reconoce son otras: lo que ella rememora. Y en ese recuerdo son muchas más las sombras que las luces.