Más allá de si los resultados electorales 2016 nos satisfacen o no, es interesante meditar sobre la “calidad” de la campaña política recién concluida. Aunque es natural que ella se parezca mucho a los candidatos en contienda.
Es saludable comprobar que aquella afirmación de que los peruanos votamos a ganador no es tan cierta. Decía mal de nosotros que “nos acomodáramos” a última hora para estar entre los vencedores. Aunque (el revés de la medalla) ello refleje que solemos escoger “el mal menor”.
Por suposiciones fundadas o simples desconfianzas, la candidatura sospechosa de dineros extraños ha sido derrotada. Esta misma sensibilidad no fue la misma en la primera vuelta, de donde proviene el poder legislativo. Habrá que tenerlo en cuenta.
La curiosidad por las preferencias pre-electorales se ha saciado con la información (verdadera o falsa) de las redes sociales. Con ello deviene en inútil la prohibición de publicar encuestas después del domingo anterior al día de las elecciones.
Los debates públicos han subrayado nuestra madurez política, en especial porque –buscando satisfacer “lo que le gusta a la gente”- suele triunfar aquel que insulta más. Será muy difícil superar la desbocada procacidad del candidato Olivera en la primera vuelta. Suena por eso a canción de cuna la evocación - ya por Fujimori o por Kuczynski- de la célebre “pelona” de Nicomedes.