En estos días hay dos razones para recordar a Jorge Basadre Grohmann. La primera porque hace 36 años en una fecha como ayer -29 de junio- se marchó de este mundo. Se dice fácil: 36 años; pero es ya bastante. Con ese tiempo pudo vivir y dejar obra fecunda el poeta Luis Hernández. Es también mucho porque varios miles de jóvenes solo lo conocen de oídas; algunos habrán leído algo de él y apenas interpretarán cómo, en qué y para qué pensaba. Y lo que nadie podrá saber -ni jóvenes ni mayores- es qué habría dicho ahora que entramos a un nuevo gobierno y estamos tan cerca del bicentenario de la independencia.
Es esto último lo que motiva la otra nostalgia pues con Basadre se fue un peruano distinto, miembro de un linaje que –ojalá me equivoque- ya no existe. De esos peruanos que lograron empinarse sobre la inmundicia que acecha desde siempre. Ajeno a las tentaciones del poder, distante de las intrigas y maledicencias, - “hombre sin hiel, sin reservas ni pliegues” ha dicho de él Patricio Ricketts- mantuvo un compromiso inalterable con el futuro de este país que tanto amaba. Por esto es que su ausencia es más profunda en esta hora porque el Perú de hoy carece de personalidades superiores, lúcidos patricios que no necesitan ofender ni lisonjear para ser escuchados. Falta una voz como la suya, rectora, limpia, que nos ayude a seguir creyendo en este Perú dulce y cruel.