La grandeza de los vencidos

Con todas sus frivolidades, negociados y negociazos, el fútbol tiene sus encantos. Tiene también muy buenas lecciones que ofrecer… y de las otras. No exhibe, por cierto, la delicadeza individualista del ajedrez, pero no carece de elaboradas estrategias donde el comportamiento colectivo y las genialidades individuales se dan cita. Y cuenta con el marco multitudinario y fragoroso que viene de las tribunas.

Como millones, he visto la heroica derrota de Islandia frente a Francia en la Eurocopa. He visto cómo un equipo, frente a otro que es más poderoso y lo arrolla, no se amilana ante la superioridad, como si las posibilidades de una victoria estuvieran siempre presentes. Ni quejas ni desplantes ni violencias: sólo entrega bravía.

Cuando la victoria premia al justo vencedor, todos vemos cómo una derrota se convierte en euforia, en lección de dignidad y coraje, en encuentro y consonancia de aplausos, de jugadores e hinchas: unos a otros, unos con otros.

De pronto es posible descubrir que así como existe ‘vergüenza ajena’, por fortuna también hay ‘orgullo ajeno’. Con una población apenas mayor que Tacna, Islandia ha sorteado todas sus limitaciones en recursos haciendo y usando bien lo poco que tiene para ubicarse en el rango de Muy Alto en el IDH. Después de verlos perder en fútbol, creo haber entendido por qué su lema es: “Estar solo no siempre es lo mejor”.