Una nueva normalidad

Siento inmensa alegría que este jueves, 28 de julio de 2016, nuestro país asista a un cambio de mando presidencial por elecciones democráticas. Que un ciudadano reciba la banda presidencial de otro elegido también por el voto popular. Y que sea la cuarta vez consecutiva que esto ocurra.

En especial porque soy de una generación que nació viendo caer un régimen democrático bajo las botas militares de Odría golpeando a Bustamante y Rivero. Que soportó poco tiempo después otro golpe de estado militar, el de Pérez Godoy, cuando sacó de Palacio a Manuel Prado para impedir la victoria inminente de Víctor Raúl en 1962. Que más tarde vio cómo Fernando Belaúnde, que había saludado a Pérez Godoy, era despojado y expatriado en 1968 por Velasco Alvarado, militar también. Y que, para no ser menos, un civil como Fujimori se auto-golpeó en 1992 con la colaboración eficaz de los mandos militares, arrastrados todos a un episodio de corruptelas que hasta hoy están pagando.

Por eso celebro especialmente este día: por la democracia de mi país. Puedo ser contendor de algunos y compañero de otros, pero ellos todos practican opciones políticas que a cada uno nos toca aceptar o negar y escoger con libertad, asumiendo luego sus consecuencias.

Que nunca más -como ocurrió cuando Odría dio el golpe de 1948- se escuche la frase ácida de Martín Adán: “el Perú ha vuelto a la normalidad”.