En vivo y en directo

Aunque comprendo y aprecio el gran salto del aprendizaje a distancia , al que se acude con frecuencia pues actualiza de modo irrebatible y promueve acreditaciones que son muy solicitadas, me queda siempre una sensación de frialdad y lejanía (emocional por cierto) que no logro superar. Seguramente porque entiendo que se puede transmitir información y promover argumentaciones y discusiones, pero –difícil y hasta imposible- crear los climas cálidos de la “presencialidad” con sus diálogos esclarecedores e inmediatos, la gestualidad de sus actores y la infaltable vehemencia argumentativa.

Si bien mucho depende del tema que se trate –o quizás precisamente por ello- un texto, por muy bien escrito que estuviera, no logra ingresar de la misma manera en el conocimiento y las convicciones de un grupo humano frente a una experiencia vivencial. Quizás eso nos impacte más a quienes hemos sido preparados para trabajar con niños y adolescentes, a los que nos encargaron formar más que informar.

Lo digo porque teniendo tareas pedagógicas tanto presenciales como otras “a distancia” con personas adultas, es evidente que los diálogos “face to face” son de veras insuperables. Hay en su inmanente dinamismo algo que, así lo siento, se asemeja a la actuación de un director de orquesta con sus músicos. No es imaginable que una sinfonía suene sublime si cada uno está en su casa.