Está registrado que Dwight Eisenhower decía: “Lo que es importante es raramente urgente y lo que es urgente es raramente importante.” Así, elemental pero irrebatible, planteó una fórmula básica para la toma de decisiones y el establecimiento de prioridades.
La genialidad de esta propuesta, que se complementa identificando lo importante frente a lo urgente y el renunciamiento de aquello que no es ni lo uno ni lo otro, no sólo es de utilidad en el corto plazo sino que rinde sus frutos en el largo plazo, objetivo fundamental de la planificación.
Lastimosamente entre nosotros predomina el imperativo de lo urgente. Claro que lo urgente existe -un sismo, un incendio o una sequía-, pero no siempre proviene de la realidad sino de las estrategias políticas de baja calidad.
Algo de eso viene ocurriendo con la elección, por el Congreso, de los directores del Banco Central de Reserva del Perú. Se quiere convertir en “urgente” que la mayoría parlamentaria atienda los reclamos airados de una minoría derrotada en votos. Aunque hubiese algo inconveniente en alguno de los elegidos, no será su presencia individual la que marque el destino de la entidad a la que se integra. Y si las investigaciones en curso lo hallaran culpable de algo punible por ley, su obligatoria renuncia personal y el desprestigio de los que lo eligieron será el peor castigo. Eso sí será lo importante.