Nadie podrá negar que Fidel Castro fue un personaje de leyenda. Para unos fue casi divino y para otros un feroz tirano más. Como ocurre con tantos que pueblan la historia porque fueron protagonistas de ella, juzgarlo con objetividad es imposible y todo depende del cristal con que se le mire.
Entre quienes lo ensalzaron impresiona encontrar a Nelson Mandela y García Márquez. Entiendo que al primero por las iniciales motivaciones de la revolución cubana, pero no será por las persecuciones y asesinatos posteriores. Con García Márquez, la gratitud suele derivar en alabanza. Pero los elogios de Maduro o Maradona valen tanto como los insultos de Trump.
Todo aquel que se siente la encarnación de la patria termina confundiendo lo personal con lo colectivo y de eso sólo saldrán injusticias y muertes. Cuando todo opositor es un enemigo y se le señalan secretas e inmensas riquezas, la gesta inicial heroica y los logros alcanzados pierden brillo. Siempre habrá argumentos para justificar, pero 7,101 personas muertas por razones políticas y más de 24 mil amedrentados –de distintas maneras- en los últimos 6 años, entre los que siempre hubo dirigentes políticos contestatarios, sindicalistas, periodistas y defensores de los derechos humanos que Human Rights Watch tiene registrados, no son poca cosa.
Descanse en paz señor Castro. Aunque nunca sepamos si esto será posible.
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