Mg. Jorge Luis Martínez, autor de estas líneas
El sábado 25 de marzo, el Tratado de Roma, el documento fundador de lo que es hoy la Unión Europea, cumplió sesenta años. Seis largas décadas habían pasado hasta este último sábado de marzo desde el momento en el que seis países (Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo) decidieron, creando la Comunidad Económica Europea, sentar la base institucional de lo que sería la Europa de los tiempos nuevos. Al iniciar su séptima década de existencia, la Europa de 2017 tiene 22 miembros más de los que tuvo en ese auroral momento: 28 países que integrados conforman un espacio de libre circulación de bienes, servicios, personas y capitales. Nadie pone en duda hoy la importancia de la Unión Europea en los planos político y económico. El Perú no constituye en esto una excepción a la regla.
No obstante, la Europa de hoy, quién podría afirmar lo contrario, vive inmersa en medio de un largo periodo signado por la premura económica, tensión social y la turbulencia política. El Brexit inglés ha sido un duro golpe y pone a prueba la consistencia política de la Unión Europea, haciendo pensar, no a pocos, que las elecciones a más alto nivel de este año en Francia y Alemania podrían ponerla contra las cuerdas. Pruebas al canto, la declaración de Franz Timmerman, Vicepresidente de la Comisión Europea, en una entrevista concedida al diario español El País: “¿La Unión Europea experimenta una crisis existencial cuyo principal símbolo es el Brexit.? Estuve en la convención [que culminó en el Tratado de Lisboa, con el artículo 50 para salir de la UE]. Puedo asegurarle que nadie, ni siquiera los británicos, pensó que se invocaría nunca. Se escribió para demostrar que la UE no era una prisión. Ahora tenemos un cambio de paradigma fundamental. Como además ocurre en un momento en que sufrimos la peor crisis económica desde los años treinta y una crisis migratoria sin precedentes, Brexit se convierte en el símbolo de que Europa no cumple. Pero la reacción está clara: los 27 están juntos en esto. En Holanda, los partidos que pedían la salida de la UE dejaron de mencionarlo en campaña porque sabían que la gente no lo quería.”.
Es justamente lo que hace Marine le Pen, la candidata a El Eliseo representando al ultraderechista Frente Nacional. Ya que la francesa viene de asegurar en su último mitin llevado a cabo hace cosa de un día que de ser elegida presidenta de Francia la Unión Europea “morirá”. “La gente ya no la quiere” es el argumento que esgrime la política gala a la hora de referirse a la Unión Europea, convirtiendo a su derrota en esta lid electoral de fines de abril e inicios de mayo próximos en el principal reto que los europeístas franceses tienen ante sí. Pero como si lo de Francia no fuese suficiente, un importante sector en la política italiana se suma al coro antieuropeo y el Italexit gana espacio. Al punto que el Movimiento Cinco Estrellas, de ganar las elecciones, ha hecho saber que tiene como objetivo llevar a cabo un referéndum a fin de someter a consideración del electorado la continuidad de la permanencia del país de la bota en la Zona Euro.
Sin embargo, no todo es color de rosa para los anti europeístas. Lo sucedido en Holanda es la prueba. En el país de los tulipanes, el electorado pro europeísta puso freno a las ideas y aspiraciones de Geer Wilders, el líder del ultraderechista Partido de la Libertad. A pesar de obtener un score nada despreciable, el llamado Trump holandés tuvo que poner barbas en remojo y admitir su derrota en las últimas elecciones legislativas. Esperemos que los franceses en estas elecciones presidenciales, desde la primera vuelta a llevarse a cabo el 23 de abril, sigan el ejemplo holandés y cierren el paso a las ideas de la señora Le Pen. Insuflando de esa manera nuevos aires a una Europa puesta asimismo a prueba por la llegada masiva de refugiados procedentes del Oriente y los arteros ataques terroristas perpetrados por el autodenominado Estado Islámico. Mostrando así que la experiencia inédita de paz, prosperidad y libertad que es ella sigue vigente después de sesenta años de firmado el Tratado de Roma.