Una reciente encuesta pone a la cabeza de los principales problemas del país, la delincuencia y la corrupción. Pareciera que, en el fondo, son los dos rostros de una realidad evidente: la deshonestidad. Son simplemente dos formas de robar.
Tal vez sea ingenuo pero es indispensable –especialmente para quienes somos educadores- preguntarnos dónde, cómo y por qué comienza la deshonestidad. Debe haber muchas respuestas, pero supongo que todas aluden a un proceso medianamente largo en el que la falta de reglas claras, la permisividad, los malos ejemplos, los anhelos insatisfechos y la falta de reflexión son parte del fatídico combustible. En ello seguirán siendo paradigmáticas la casa y la escuela. Alguien tal vez sintetice diciendo: se trata de falta de valores; y está bien, sólo que los valores se aprenden en la práctica constante, en los comportamientos de toda la vida y no en la teoría pura.
Cuando todo lo anterior alcanza una dimensión colectiva se llega a la inseguridad y corrupción públicas, que es parte del drama que vivimos diariamente. Preocupa que de tanto ver, oír y leer atrocidades, perdamos la esperanza y la voluntad de reivindicación.
Revisemos todo y a corregir cuanto sea necesario. Habrá que preguntar (como Pinky) ¿qué hacemos esta noche? Y un Cerebro distinto podrá contestarnos: “lo que hacemos todas las noches: tratar de mejorar el mundo.”