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Miércoles 12 de julio 2017

La diferencia entre los placebos y la oración

Por Eric Nelson
La diferencia entre los placebos y la oración
Foto:difusión

“La diferencia entre los placebos y la oración”, dijo el Dr. Harold Koenig durante un taller que dio en el Centro para la Espiritualidad, la Teología y la Salud de la Universidad de Duke, “es que con los placebos sabemos que no hay un ingrediente activo, mientras que con la oración sabemos que sí lo hay”.

Su afirmación merece que se le preste atención, especialmente en vista de las muchas personas que actualmente intentan poner los dos conceptos al mismo nivel, particularmente cuando alguien está orando para tener una mejor salud. La oración, afirman, no es distinta de un placebo; es simplemente una forma de engañar al cerebro haciéndole creer lo que quiere creer, y al hacerlo, generar las reacciones químicas que considera necesarias para aliviar el cuerpo.

Esto no quiere decir que quienes oran para lograr una curación física no obtengan resultados consistentes. A menudo los obtienen, y hay abundantes estudios, incluido el del Dr. Koenig, que respaldan los resultados. El punto de fricción es cómo se interpretan estos resultados.

Una de tales interpretaciones puede encontrarse en el libro recientemente publicado: “Suggestible You: The Curious Science of Your Brain's Ability to Deceive, Transform, and Heal” [El yo sugestionable: La curiosa ciencia de la habilidad del cerebro para engañar, transformar y sanar]. Si bien el autor admite con franqueza el poder de la oración, el libro no incluye ninguna investigación significativa respecto a las formas y los medios de su éxito. Además, compara mi práctica específica de la oración como Científico Cristiano con la acupuntura, la hipnosis y la medicina, todos los cuales difieren sustancialmente del cristianismo en propósito y práctica.

Sin duda alguna puede argumentarse que todo lo que el autor ha hecho es presentar un modelo científico mediante el cual determinados fenómenos, la oración incluida, pueden comprenderse mejor. Sin embargo, esto supone que las explicaciones basadas en la materia son suficientes para describir experiencias decididamente espirituales.

En lugar de ampliar nuestro entendimiento de estas experiencias transformadoras, ese enfoque en realidad los limita. El efecto sería privar al mundo de lo que muchos han llegado a reconocer como “el ingrediente más activo” de la oración, es decir, un amor más puro y continuo por Dios y Su creación. “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?”, le preguntó una vez un intérprete de la ley a Jesús, a quien éste le contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Entiendo la teoría de que cuando sentimos afecto hacia alguien —ya sea platónico, romántico o de otra clase— se activan reacciones químicas en el cerebro, y que utilizando máquinas sofisticadas podemos observar esta reacción. También entiendo que describir el amor en estos términos de ninguna manera reduce la sensación única de maravilla y felicidad que a menudo acompaña a esta emoción. Aun así, estoy seguro de que esta no es la forma en que la mayoría de las personas definiría el amor, y de que no es algo que necesiten para validar sus efectos prácticos y sanadores.

Considero que el verdadero amor no es una reacción química, sino una influencia divina. No es tanto lo que pensamos, ni siquiera lo que hacemos, sino lo que Dios —eso que la teóloga cristiana Mary Baker Eddy define como el principio universal que nos gobierna a todos— nos está por siempre alentando a ver y ser. “Nosotros le amamos a él”, declaró el apóstol Juan “porque él [Dios] nos amó primero”.

El amor es lo que naturalmente reflejamos del Ser Divino; lo que hemos sido creados para expresar. No es un placebo. La noción de que lo sea se vuelve más ilógica cuando la consideramos en el contexto de la descripción que Juan hace de Dios, o el Espíritu —el opuesto mismo de la materia— como el amor mismo. Aunque se considera que el amor es una experiencia básicamente subjetiva, pues se expresa individualmente, es también innegablemente objetivo, pues sus efectos son tanto mensurables como observables.

El Amor, o Dios, como el “ingrediente activo” de la curación no es algo a analizar, sino algo a reconocer, experimentar y vivir lo mejor que podamos. Hay quienes piensan que verlo de esta forma es tener un enfoque no científico, o aun peor, anti-científico, del tema, pero yo pienso lo contrario. “Jesús de Nazaret fue el hombre más científico que jamás pisó la tierra”, afirma Eddy. “Se sumergía bajo la superficie material de las cosas y encontraba la causa espiritual”.

Aceptar que esto es cierto significa que todos hemos de descubrir que el amor no es meramente un “ingrediente activo”, sino la sustancia misma de nuestro ser y la causa fundamental de la curación.

Eric Nelson escribe acerca de la relación entre la consciencia y la salud desde su perspectiva de profesional de la Ciencia Cristiana. Es Comité de Publicación para el norte de California. Twitter: @NorCalCS

Artículo publicado originalmente en Communities Digital News, @CommDigiNews.

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