Somos lo que nos queda

Se atribuye a Einstein haber dicho que “educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela”. Hay en esa sentencia una verdad digna de tenerse en cuenta más allá de la ironía.  Ojalá fuera como el aroma de los mejores perfumes que se aprecian mejor mientras logran durar más tiempo después de su aplicación.

Si esto es así, lo recientemente ocurrido en las galerías Nicolini y en el cerro San Cristóbal en Lima nos pone en la amarga constatación de que lo que va quedando después de lo olvidado es deplorable. Asoman la indolencia de unos seguida de la imprevisión de otros y la complicidad cobarde de algunos más.

Mucha gente sabía que esos pobres chicos  -luego calcinados dentro del contenedor- trabajan encerrados bajo llave adulterando focos. Sus familias lo sabían. Que alguien nos diga por qué no se denunciaron semejantes crímenes. La televisión es un aliado poderoso para delatar esas barbaridades.

El carro siniestrado bajando como un loco del San Cristóbal tenía papeletas por infracciones anteriores, su estructura parece no ser original pero tenía autorización municipal para circular, no existía ni sardinel alto ni barandas en la vía.  Y ahora échense la culpa unos a otros.

Es que la educación no termina con la escuela formal. Peor aún: la sociedad hace todo lo contrario de lo que le exige a la escuela. Y lo que queda es para llorar.