Grover Pango, autor de estas líneas
Pocas veces se ha visto una huelga tan confusa y desorientada como la de los colegas profesores ya concluida (o suspendida, según sus precarios dirigentes). Que haya sido grande y contundente nos muestra, más que una buena conducción, la infeliz coincidencia de una desinformación por parte del Estado y un múltiple desamparo por parte del magisterio.
Sólo quienes creen en la destrucción del “modelo” (seguidores del senderismo terrorista o sus tontos útiles) sienten que acumulan fuerzas y se quedan en el simplismo de vencedores / vencidos. Es más cierto comprobar que en estas confrontaciones sólo quedan derrotados. Ya sabemos que quienes más han perdido son nuestros estudiantes. También el gobierno nacional y la Ministra de Educación, a quien se le ha dicho de todo sin tino ni medida. Además se ha desvalorizado el “ascenso por méritos”, esencial reivindicación para los buenos profesores. Se suma a esto la disgregación de las bases del sindicato docente que tanto costó unificar en 1972 en el Cusco.
La pobreza (por decir lo menos) de la conducción huelguista está en la dualidad de su discurso: uno para negar la firma de acuerdos y otro para la masa crédula. Terminar la huelga argumentando las mismas razones invocadas por el gobierno no es nada digno de exhibir. Y menos buscar la inmortalidad empinándose sobre unas lamentables muertes fortuitas.