El valor de la discrepancia

Grover Pango, autor de estas líneas

En medio de esta batahola donde estamos en un “todos contra todos” que parece no tener tregua, puede resultar ingenuo y hasta absurdo ocuparse de algo que parece no tener sitio ni importancia en la actualidad: la posibilidad de discrepar sin odios.

Con todo eso, sigo creyendo que una sociedad tiene mejores capacidades para construir su futuro cuando sabe ponerse de acuerdo. Esto implica que, primero, sabe discrepar.

La discrepancia es un elemento tanto natural como necesario para la evolución de las personas y las colectividades. De allí el paso siguiente es el entendimiento y el pacto como una evolución de la barbarie hacia la civilización. O como, a su manera contemporánea, correspondería el tránsito de la intransigencia a la tolerancia.

Por ello es que toda sociedad que se precie de ser educadora necesita promover, desde las instancias familiares y escolares que son sus cimientos, el ejercicio constante y consciente del diálogo que nos permite oír, tener opiniones y fundamentar razones. Nada superará al diálogo como instrumento en el ejercicio y formación de personas pensantes y libres. El hombre que piensa y es libre valora la discrepancia porque ella es fuente del entendimiento. En cambio, quienes ven en el disenso una agresión implícita llevan consigo el germen de la tiranía y la oscuridad. Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.