Grover Pango, autor de estas líneas
En días recientes una trabajadora municipal de limpieza fue arrollada por una “combi” en un distrito limeño. Según la prensa el conductor era un joven de 18 años sin documentos, mientras el vehículo no tenía SOAT ni autorización para circular por donde lo hacía. Otra nota agrega que tendría una inmensa deuda por infracciones de tránsito. Hechos parecidos ocurren por docenas.
En otro distrito siempre en Lima, a lo largo de una calle muy concurrida y trepidante cercana a la casa en que vivo, la municipalidad ha puesto unos letreros colgantes que amenazan con “una multa de 162 soles” a quienes toquen bocina. Jamás he visto que se haya aplicado tamaña sanción, aun cuando el tráfico es bullicioso al llegar la noche y a solo 2 cuadras está una estación de Serenazgo.
Estos comentarios están referidos a asuntos viales pero ambos corresponden a un espacio central de nuestra vida social: la convivencia. A ésta concurren otros factores esenciales como la seguridad y la autoridad; tanto la una como la otra exhiben cada vez más una fragilidad preocupante.
Es inmensa la importancia que tiene la educación para formar ciudadanos, pero no lo es menos la vida cotidiana. ¿Qué lecciones damos a nuestros estudiantes cuando quien quiere hace lo que le viene en gana o se lanzan disposiciones que nadie cumple? El pacto infame de la impunidad y la indiferencia triunfa casi todos los días.