La derrota compartida

Cuando haya terminado la comparecencia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, mucho me temo que éste oscuro episodio no se cierre realmente. Si se aprueba la vacancia o si ocurre algo inesperado para sustituirla, el acontecimiento político quedará grabado como una derrota para todos porque no aprendimos nada.

Resulta imposible no asociar este hecho con la insólita renuncia de Alberto Fujimori por fax en noviembre del 2000 y la subsecuente vacancia dispuesta por el Congreso de entonces. Los vladivideos nos mostraron cuán bajo habíamos caído, gobernantes, colaboradores y tránsfugas. La diferencia fundamental con aquellas horas es que había entonces un sector amplio de la población organizada que encaró a la podredumbre, que exhibía organización, que mostraba argumentos y consistencia moral para enfrentarse a la indignidad.

Eso -lamentablemente- no ocurre ahora. La triste paradoja es que hoy son más fuertes los herederos de la vergüenza pasada mientras que las fuerzas políticas de otrora se muestran debilitadas por razones ajenas o equivocaciones propias.

¿Quién enarbola hoy las banderas de la honestidad y la estatura intelectual que la política exige? Cuando termine la desilusión con Kuczynski, el resultado será el de una farsa fallida, una astracanada de agrio final pues no alcanzará el sobrecogimiento de una tragedia ni mucho menos la dignidad de una epopeya.